Colombia, al frente del pelotón

Ciclismo. Egan Bernal logra la primera y ansiada victoria en el Tour para su país

28 julio 2019 19:18 | Actualizado a 28 julio 2019 19:28
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«Gabriel García Márquez no hubiera sido el escritor que fue, sin Zipaquirá», cuenta Dasso Saldivar, uno de sus biógrafos. A esa ciudad a 2.650 metros llegó en plena adolescencia para estudiar el bachillerato, entre 1943 y 1946, y a través de la figura de su maestro Carlos Julio Calderón Hermida -a quien le dedico su primera novela, La hojarasca- se apasionó por la literatura. Ese mismo escenario de Zipaquirá, raíz literaria de Gabo, vio nacer hace 22 años a otro colombiano que también pasaría a la historia, Egan Bernal.

En un principio en el calendario del cafetero estaba marcado en letras rojas el Giro. Una fractura de clavícula le impidió correr en Italia, donde el resto de favoritos respiraron aliviados. Quizá demasiado. Asimismo, la lesión de Chris Froome en el Dauphiné le abrió las puertas del Tour. Al menos como algo más que un gregario de lujo en Ineos, papel en que ya le vimos el año pasado en su primera ronda gala. Con la París-Niza y el Tour de Suiza bajo el brazo este 2019, había ganado galones pese a solo tener 22 años.

Ha sido uno de los Tours más emocionantes de los últimos años. Julian Alaphilippe intentó ser profeta en su tierra, sin campeón de casa desde 1985 con Bernard Hinault. La lógica se impuso y el mosquetero acabó cediendo en los Alpes. Mientras que entre los mejores, Mikel Landa y Thibaut Pinaut eran los que más salsa echaban a la montaña. 

Las dos primeras semanas Bernal se centró en no perder demasiado tiempo y mantenerse en la pomada para dar la estocada en los Alpes. Tras el pesaroso adiós de Pinaut, el caramelo estaba entre Geraint Thomas -ganador el año pasado-, Steven Kruijswijk, Emanuel Buchmann y nuestro protagonista. En el Galibier se zafó de ellos para superarles en la general, con Alaphilippe aún de líder. Fue en el Iseran a 2.770 metros, techo de este Tour, una altura semejante a la de su añorada Zipaquirá, donde nadie le pudo seguir la rueda. El galo petó, mientras Bernal escalaba a por la etapa y la ansiada prenda amarilla. «El triunfo no es de un ciclista, sino de todo un país», exclamó el sábado tras la llegada a Val Thorens. 

Y es que la victoria del escarabajo no se entiende sin las actuaciones de sus antecesores compatriotas en la ronda francesa. Cochise Rodríguez fue el primer colombiano en correrla en 1975 con el Bianchi-Campagnolo con la meta de trabajar para el fabuloso Felice Gimondi. En los ochenta, Lucho Herrera -vencedor en el Alpe d’Huez y de dos clasificaciones de la montaña- y Fabio Parra -mejor joven y podio- exaltaron al país entero. Incluso Álvaro Mejía -cuarto-, Santiago Botero y Mauricio Soler -ambos campeones de la montaña-, les dieron continuidad.

Pero ha sido en la última década cuando más han coqueteado con esa resbaladiza victoria final que pusiera las letras de Colombia en lo más alto de la Torre Eiffel. Nairo Quintana -dos segundos puestos y un tercero- y Rigoberto Urán -un segundo-, se quedaron con la miel en los labios. Cuando Nairo, la principal esperanza cafetera ha empezado a flojear, ha irrumpido con la fuerza de una locomotora un joven cundinamarqués para pisparle el cetro patrio y ya de paso coronarse en Francia.

En 1955, García Márquez ya escribió la biografía de Ramón Hoyos, ganador de cinco Vueltas a Colombia, considerado uno de los primeros escarabajos de la historia, capaz de recuperar horas en la montaña, cuenta el mito. Una tradición ciclista transmitida entre generaciones de colombianos que ha conquistado la carrera más importante. Al fin, la Grande Boucle ya tiene al frente de su pelotón a un colombiano de amarillo en París. Egan Bernal empieza su romance con el Tour. Una historia plagada de realismo mágico.  

 

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