Derbi sin Rey (Reus 1 - Nàstic 1)

Reus y Nàstic se reparten el  botín en un partido que carece de belleza, aunque con alternativas en el juego. El rojinegro David Querol  perdona un penalti con tintes decisivos  en la recta final y con 1-1

27 agosto 2017 22:34 | Actualizado a 10 noviembre 2017 09:22
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Ricardo se rebeló ante lo establecido cuando la fatiga ya ahogaba gargantas. En la agonía, el enganche portugués conectó en tres cuartos de cancha y giró tres veces sobre sí mismo. Como un rayo. Quizás pensó en Zidane. Convirtió una aventura imposible en un nido de sonrisas. Cuando olió el área y sintió el contacto de Perone, besó el suelo. Penalti. Para el Reus no se trata de un paraíso. Tampoco lo fue esta vez.

Querol abrazó la pelota para vestirse de héroe. Pretendió  acompañarla con suavizante cuando el escenario quizás pedía violencia en el golpeo. Dimitrevski fue héroe inesperado. Atajó con seguridad, sin pestañear. El derbi quedó huérfano.

Agosto escribió un partido austero, sin abundancia de belleza y con dos protagonistas en plena búsqueda de su identidad. Reus y Nàstic precisan todavía de unos paseos por el horno para hallar lo que desean ser.  En la segunda fecha ni siquiera las voces del mercadeo de fichajes se han apagado. Nadie se libera de la inestabilidad, aunque el partido exija una dosis de valor y orgullo extra. Cuando Reus y Nàstic cruzan caminos, el sentimiento de los hinchas obliga al compromiso. 

El coscorrón inaugural entre Máyor y Suzuki derramó sangre y algún chillido doloroso. Abrió el telón del combate. En la puesta en escena, Gus Ledes acaparó admiración y presencia. Fue un futbolista descomunal para el Reus. Garai le liberó de la intendencia con Tito a su vera, como escudero fiel, como exponente indiscutible del equilibrio. Borja Fernández completó el trío en la cocina del Reus. Un medio de ida y vuelta, de despliegue incansable. 

Gus conectó su computadora para recibir en espacios trascendentes, eligió con coherencia y no se olvidó del librillo. En cada toque de trompeta del Reus acariciaba la pelota y la descargaba con dulzura. El centrocampista portugués pidió socios para coser el juego y ofrecerle cerebro. En la izquierda se encontró con Ricardo, terriblemente enérgico. Precisamente, por energía, el Reus aculó al Nàstic. Cada disputa, cada segunda oportunidad, caía en pies rojinegros.  Lo de combinar resultaba casi una utopía para romáticos, con ese césped infame.

Golazo inaugurual
Gus destapó el marcador con antología. En una falta lateral de apariencia estéril, con un desierto de metros por delante. Con la izquierda se perfiló para ejecutar la estrategia. La pelota y la fortuna se aliaron con él. La curva abrió bocas embobadas. Sorprendió a Dimitrevski, que se estiró con plastilina y rozó el balón. Sólo eso. Se coló por el ángulo. Estalló el Estadi. 22 minutos. 

El Nàstic no había comparecido en el partido. Se había ausentado. Maikel Mesa y Tejera, dos medios de buen pie y con la necesidad imperiosa de asociarse, veían la pelota volar por el cielo con un abuso preocupante. No emergieron. Sólo un cabezazo de Barreiro, ese rascacielos vestido de delantero, amenazó a Badia. Lamió la madera, tras un balón parado. En ese registro, Carreras dispone de un arsenal diferencial. Perone, Mesa, Molina, Barreiro o Suzuki. Tiembla el mundo. 

Carreras necesitó tomar cartas en el asunto en el respiro. Se le iba el derbi, aunque ese cuarto de hora de palabras y mensajes motivacionales cambió el aire al Nàstic. También una rotación; Emaná por Barreiro. Un atacante que fija centrales por otro con la movilidad como ADN. Emaná ataca los espacios, es un incordio. Los centrales del Reus perdieron la referencia. En todo caso, los granas igualaron en otra estrategia.  

Desde la derecha sirvió un córner Omar y el balón cayó llovido al segundo palo. A media altura y sin pedir permiso convirtió Maikel Mesa, que juega en el medio pero cuando pisa el área su relevancia se arropa a la contundencia. Se transforma en un definidor encubierto.  

Por aquel entonces, el Reus había perdido el flow con la pelota. Gus careció de frecuencia en sus apariciones, el miedo a equivocarse genera inseguridad. El Nàstic reforzó su autoestima y creció. En otro balón parado, Emaná cabeceó cerca de la gloria. 

Garai modificó su paisaje con Edgar y Juan Domínguez. Cementó el medio y abrió salidas en largo con el delantero de Gavà. El Reus enseñó personalidad para no destruirse. De hecho se acercó a la conquista en la agonía, con el pulso cardíaco alterado. Cámara se confundió con los botes de conejo de la pelota cuando solo necesitaba ajustar ante Dimitrevski. Ricardo le había soleado el clima en una transición fulgurante. Cámara perdió la credibilidad en el control y acabó entre lamentos. 

El descaro de Ricardo Vaz abrió otra grieta hacia el éxito para un Reus que pareció no conocer la rendición. La falta de precisión de Querol dejó mal cuerpo a unos y saltos de alegría incontenibles a otros. Los caprichos del derbi, esta vez en versión veraniega y sin urgencias que afrontar. Mientras, el Rey prefiere esperar.

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