El encanto de los ídolos legendarios

Este jueves se inició la tercera edición del Campus Melcior Mauri con la presencia de Induráin y Chiappucci, tres ases del ciclismo de los noventa

19 mayo 2017 16:04 | Actualizado a 21 mayo 2017 14:11
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Miguel Induráin y Claudio Chiappucci protagonizaron algunas de las páginas doradas del Tour de Francia a principios de los noventa. En los anales de la historia quedará la etapa reina de los Pirineos el 19 de julio 1991 con cinco puertos insufribles. Tras coronar el Tourmalet, el navarro esperó al italiano y se fueron juntos directos a meta, con todavía dos montañas por el camino. Tras aquella escapada, el Diablo se apuntó el triunfo del día y Miguel se vistió por primera vez de amarillo, iniciando así un lustro hegemónico.

Este jueves en otro escenario más distendido, sin esa competencia de la carretera que les llevaba al límite, Induráin y Chiappucci fueron los invitados de honor de la tercera edición del Campus Melcior Mauri en el Cambrils Park. Junto al campeón de la Vuelta a España de 1991, que da nombre a esta aventura, los tres recordaron aquel ciclismo de los noventa, nostálgico, marcado por una rivalidad feroz sobre el asfalto, pero cercano ya con la bici aparcada.

El cinco veces campeón del Tour comentó que «la rivalidad de entonces era en carrera, donde cada uno defendía su equipo y colores. Coincidíamos en viajes y hoteles y había buen ambiente, un pique sano».

Mauri rememoró: «Nos conocíamos todos, del campeón al neoprofesional y éramos como una familia, cada uno en su equipo, pero había amistad y diálogo. Ahora hay equipos que los corredores entre ellos no se ven, ni tienen mucho trato porque las plantillas son más amplías y se concentran en lugares diferentes».

Acerca de los campus como estos, Chiappucci valoró que «cuando eres ciclista profesional no lo disfrutas del todo porque siempre vas al límite y es bueno para nosotros, para mantenernos en forma y tomárnoslo con más calma. Es una manera de disfrutar de la vida».

Luego empezaron a bromear con la edad. El Diablo presumió de ser el más viejo, mientras que Mauri, el más joven. Se les escapaba la sonrisa pensando en el pasado. Un tiempo en el que brillaron con luz propia encima de sus bicis. Firmaron batallas legendarias. Ellos, tres melancólicos de un ciclismo incondicional.

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