Fútbol y resistencia (Sevilla Atl. 0-1 Reus)

El Reus venció por la mínima a un Sevilla Atlético que no pudo con el orden defensivo rojinegro

01 octubre 2017 21:32 | Actualizado a 05 octubre 2017 13:37
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Miramón es un espejo hacia el progreso, un futbolista que atraviesa la dulzura de la plenitud. Hoy da lo mismo el rol que elija. En Sevilla actuó de lateral derecho, otra vez. Puede regresar al medio cuando se lo pida el cuerpo, rendirá bajo una confianza demoledora. Asombra como Jorge ha interpretado el nuevo oficio. Conquista la banda diestra con una naturalidad callejera. En las vigilancias utiliza la disciplina. Su espalda casi nunca es una grieta de agua. A lomos de Miramón y de un trabajo de hermandad magistral, el Reus coronó Sevilla. Su estreno victorioso con la etiqueta visitante. Lo más importante tiene que ver con su avance futbolístico. Garai presume de una cosecha más madura.

El Reus prefirió el orden a la extravagancia. Entró en el partido con el cerebro conectado en el wifi. No se permitió ni un desplome. Ni siquiera un remate al sexto primera de Marc Gual, el atacante más prestigioso del Sevilla, le asustó. Sin balón, los de Aritz López Garai se transformaron en un cuerpo solidario. Con él, combinaron bajo una melodía melancólica fascinante. No había prisas ni urgencias. 

Pichu estrenó su coronilla para peinar una estrategia venenosa. Se había consumido casi un cuarto de hora. La pelota no tomó dirección a portería de milagro. Por aquel entonces, el Reus jerarquizaba el juego, sin alardes poderosos, pero con firmeza. Cada vez que cosía cuatro pases con progreso hallaba grietas para morder. Lo consiguió Querol tras descolgarse en la otra orilla. Peleó la pelota y ésta cayó en las botas de Fran, siempre quisquilloso. Fran se hallaba en el fondo, ya dentro del área. Cedió atrás, como le enseñaron en la Academia. Apareció en el corazón del área Domínguez, un centrocampista natural que utilizó la sorpresa para conquistar corazones. Le bastó con un control orientado y una definición cirujana. Fue gol. Alimento para el Reus.


Ni siquiera cuando el Sevilla asumió riesgos en la presión, el Reus pestañeó. No renunció a la esencia del estilo. Se asoció cuando el escenario lo permitió. Apenas dividió la posesión. Sin ella resultó tan geométrico que ante los desajustes le daba tiempo a corregir. Pichu y Olmo se convirtieron en imperiales. Dos torres gemelas indestructibles.

El Sevilla se impregnó de ese entusiasmo adolescente que otorga la juventud, pero no amenazó a Badia, que incluso se ofreció como central extra en la salida desde la cueva. En todo caso, el manejo de los registros no aseguraba éxito. El Reus necesitaba otra dosis de hambre para acabar con el partido. El filial más histórico de Nervión obligó, por momentos, a que el Reus recuperara esos hábitos magistrales en la intendencia que le encumbraron no hace tanto. Precisó refugiarse el equipo y apretar los dientes. Dignificar el trabajo colectivo hasta las últimas consecuencias. Se elevó a niveles infinitos con la expulsión de Máyor, al cuarto de hora, tras una doble amarilla extremadamente rigurosa. Máyor había recibido más que pegado. No entendía nada. 



Garai ofreció oxígeno con Ricardo, que permutó a Querol, aunque el Reus perdió el balón, nada nuevo con inferioridad. Se encuentra escrito en un guión tradicional. Fran quedó liberado para transitar en el desierto, pero no conoce imposibles. Cazó una pelota utópica tras una carrera velocista. Vio a Ricardo y se la colocó en zona de castigo. Cayó el portugués, pero el colegiado miró hacia otro lado. Pareció penalti. 

El local Pozo mandó al limbo una pérdida prohibida de Álex Menéndez. Los sustos andaban en la receta del éxito. También el milagro de Edgar Badia, con el equipo pidiendo auxilio, en una recta final eterna. Boutobba descubrió los reflejos del arquero con un remate en área chica, imposible para el resto de mortales. Edgar la escupió con los pies e iluminó Reus, envuelto en una bella reivindicación democrática y el orgullo de su equipo de fútbol.

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