Hay un Clásico en mi hora del café

Fútbol de jet lag. Fue el partido de la siesta y la sobremesa, del cambio horario, de la emoción en diferido del VAR y el menor negocio del bar

29 octubre 2018 09:27 | Actualizado a 29 octubre 2018 09:37
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A la hora de la sobremesa, de aquella doña Adelaida y la telenovela, del café, copa y puro, de la película mala de Antena 3, que ya es un género en sí mismo de las tardes perrunas del fin de semana, va la Liga y rompe la siesta dominical con un Barça-Madrid. «Es una hora extraña, que desubica un poco», dicen en Can Peret, en la Plaça de la Font. Justo al lado, en la Barata, algunos apuran las bravas y los huevos fritos con patatas antes de que el balón eche a rodar. 

Otros se entregan al cortado en ese ritual: los bares de la plaza han sacado al exterior sus pantallas, y entonces hay que abrigarse para resistir este frío de enero que llega en octubre. Hasta los perrillos que circulan llevan ropa. Las estufas de fuego son un refugio cálido. «Hay menos gente porque la hora no acompaña, muchos están acabando de comer. Además, es el inicio de Liga, y tampoco es un partido decisivo», cuentan en la peña del Barça. Eso sí, hay en el local de la asociación quien llegó a su puesto más de una hora antes, para no tener competencia a la hora de coger buen sitio. 

Los parroquianos acodados en la barra tampoco fallan en ese santuario azulgrana, pese a que algunos establecimientos cercanos hagan la competencia en la filia ‘culé’. Hay reductos firmes para la hinchada barcelonista, como el Bonàrea de la carretera de Riudoms, donde la pantalla gigante cita a una multitud. El Madrid-Barça del año pasado sí notó más ambiente porque se jugó al mediodía, a la hora del vermú, pese a ser un horario también inédito. «Hay menos gente que otras veces, porque el frío también influye», cuentan en otro de los bares. 

Este es un Clásico raro, distinto –no están Messi ni Cristiano, recuerden–, a destiempo, casi habitante en un doble jet lag, el de la madrugada anterior que permitió dormir una hora más y el del momento intempestivo, el de la meteo tras las noticias, los culebrones venezolanos y la etapa del Tour. Hasta queda el rastro en forma de olor del pollo a l’ast que se ha dispensado antes en un establecimiento cercano, en otro clásico del domingo costumbrista. 

Luego llega Coutinho para añadir otro desfase: en una de las pantallas marca segundos antes que en las otras, que sufren 'delay' y aniquila toda emoción. Y así todo el rato con ese bajón. Definitivamente, es mala hora para un Clásico. A pesar de que no falla el ambiente, hay sillas libres y no demasiadas aglomeraciones. 

«Venga, que nos lo perdemos», dicen un par de chavales que buscan sitio y encuentran mesa en uno de los bares. La hecatombe del Madrid se filtra ya en los comentarios. «Estaría bien que Conte sustituyera a Lopetegui en el descanso», dice uno. 

El bar pide el VAR
Por entonces, la tarde, que sigue gélida, ya se ha puesto bonita para los digestivos, y se trasiegan los gintonics por las bandejas. Y en esas estamos cuando llega otro desfase, el del VAR con uve, pedido pronto por el bar con be cuando Varane derriba a Luis Suárez en el área. El videoarbitraje ha cambiado el fútbol pero también el ambiente y la emoción a flor de piel del aficionado, que se contiene ahora unos segundos antes de celebrar algo. Así pasó con el penalti, y ese festejo en diferido cuando el colegiado señaló el punto de penalti tras la consulta pertinente. Luis Suárez no falló y los ‘culés’ entraron en calor. 

Un señor fuma un puro en una terraza llena de capuchas que arropan las cabezas contra el frío. Los turistas son ajenos al Clásico y deambulan, palo de selfi en mano, por una Part Alta apacible y silenciosa, de otoño casi bucólico, que invita a recogerse en una cafetería a ver pasar las horas. 

La merienda se echa encima
Tras el descanso, hay quien pide y se calza un bocadillo, porque la tarde avanza y la merienda se echa encima, en otro de esos desajustes que ha deparado ese horario de las cuatro y cuarto. 

En otro de los bares, una mesa –los blancos son minoría– celebra el tanto de Marcelo, un espejismo al que asirse, porque no se intuye la debacle madridista, más todavía cuando Isco da algún susto en el arranque del segundo tiempo en el Camp Nou. Nada que no se pueda combatir con más cañas. 

Quizás hay algún plan mejor a todo ese asueto. Hasta 15 personas ven el partido a las puertas de una casa de apuestas en la Plaça Corsini. Están de pie, alguno va en chándal, alguno fuma, alguno tiene la lata de cerveza en el suelo. Fuera, hay tres pantallas: en una hay carreras de galgos, en otra una señora que muestra una ruleta para jugar al jackpot y luego la tele del Clásico. En ella los improvisados espectadores ven el gol de cabeza de Luis Suárez y su picadita a Courtois y luego el testarazo de Vidal para el 5-1 final. 

Es domingo y mandan los ademanes perezosos, el sesteo. El partido acaba y queda la tarde por delante aunque el reloj nos haya arrebatado una hora de sol y nos haya puesto todo un Barça-Madrid a la hora del postre, otro signo de los tiempos, como haberse cargado el carrusel deportivo con tanta parrilla escalonada o aquellas 20.45 horas como horario Champions. Pilares que se nos derriban en el fútbol moderno. 

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