Una bala de agua en Riba-roja

Héctor Sanz (Riba-roja d´Ebre, 25 años) es el único piloto de España que disputa el Mundial de F4S, el ´Moto3´ de la motonáutica. ´Vuela´ a 120 km/h. sobre el agua. También corre en Italia

19 mayo 2017 22:31 | Actualizado a 22 mayo 2017 18:01
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A Héctor Sanz (Riba-roja d’Ebre, 25 años) la devoción por el agua y la velocidad le viene de niño, casi como una determinación ancestral. «Sabemos que es una afición extraña y poco habitual. A nosotros no nos dio por un balón sino por los barcos de competición», justifica su hermano Ícar (29 años), que acaba de darle el relevo en las citas mundiales de la motonáutica, una familia del deporte basada en lanchas motoras. «Nacer en este lugar te marca, claro», admiten ellos, venidos al mundo en la orilla del Ebre, esas aguas perfectas para probar hasta la extenuación los barcos que ellos mismos preparan y sobre los que vuelan en ríos, lagos, canales o puertos. Con el pantano tan próximo y el gusanillo acuático latente, difícilmente estos ebrenses podían dedicarse a otra cosa.

Ícar, piloto mundialista y recordman de velocidad en su momento, dejó hace unos años la competición. Ahora lo confía todo a su hermano Héctor, otro talento emergente en la disciplina. Ícar es el ‘radioman’ de su hermano, la voz y los ojos que le guían sobre el agua cuando los artilugios que conducen cortan la superficie a casi 120 kilómetros por hora. Los Sanz –la afición viene del padre y la empresa familiar, Ícar Nàutica, importadores y distribuidores en España y Portugal de barcas de aluminio–, han apostado este año por que Héctor emprenda su desafío internacional.

 

Fibra de carbono

Es el único piloto español que corre en el Campeonato del Mundo de F4S –algo así como la Moto3 de la motonáutica–. Conduce una embarcación Baba, con motor Mercury de 60 hp. Para los profanos:una ‘bala’ de fibra de carbono que llega a los 118 kilómetros por hora y a más de 3G de fuerza en las curvas, toda una exigencia física y mental en la cabina de su barca, una joya mecánica que precisa de cuidados y mantenimientos extremos. Héctor ya asombra en sus aún escasas participaciones. Competirá en el Mundial, donde correrá en lugares como Italia, Inglaterra y Alemania. Además, tomará parte en el Campeonato de Italia. De momento, el saldo es desigual. En la primera carrera de la cita transalpina, en Boretto, logró una ‘pole’ position. En el estreno mundialista, en París, un accidente en la última manga cronometrada cuando iba en busca de la ‘pole’ le impidió estar en los puestos de arriba.

 

Con los pies en el suelo

Pese a eso, la ambición para esta temporada es máxima. «Vamos a ir a por todas. Es una inversión grande, pero creemos que podemos hacer cosas importantes en este primer año», apuntan. Luego puede venir el ascenso de categoría, aunque siempre con los pies en el suelo, progresando poco a poco bajo la dictadura de los resultados y los patrocinadores. «Dar el salto al equivalente a Moto2, la segunda categoría, es factible. Eso sí, la Fórmula Uno es todavía un sueño», reconocen.

De momento gozan con el frenetismo embriagador de la velocidad. «La clave está en la constancia, la templanza, la sangre fría, el saber estar. Hay adrenalina pero también tienes que mantener el control. Es un deporte con riesgos. Vas a mucha velocidad y cualquier percance o imprevisto puede suponer un problema grave», admiten. Alcanzar puntas de velocidad en las rectas o calibrar bien los giros en las boyas que delimitan el trazado sobre el agua son algunas de las claves.

Sea en competición o por divertimento, los Sanz, Héctor e Ícar, no dejarán nunca de correr sobre un barco. Próximamente lo harán juntos, como piloto y copiloto, en otra modalidad, el Campeonato del Mundo de Endurance, consistente en carreras entre barcos de recreo habilitados para la competición. Pilotarán una Albatro 690, una flamante lancha con toques aerodinámicos. En esa categoría, se mantienen en primera posición del Catalán, después de competir en sitios como Palamós o Port Garraf –también hay prevista este año una prueba en Amposta–. El padre de ambos fue el pionero. Corrió muchos años y llegó a competir con catamaranes. «Lo llevamos en la sangre», conceden Ícar y Héctor, dos expertos no sólo en el pilotaje sino también en la mecánica naval y en la física de la velocidad.

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