Depresión absoluta

El Nàstic cae derrotado en el Nou Estadi frente a un Valladolid que volvió a exponer la docilidad defensiva de los granas. Uche igualó el gol de Juan Villar pero José desequilibró la balanza

19 mayo 2017 17:46 | Actualizado a 21 mayo 2017 15:29
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El Nàstic vive amargado. Sometido a la dictadura de una depresión profunda. Impotente ante las vicisitudes del fútbol, ese dichoso deporte que actúa como un loco represor impasible ante quienes muestran debilidad. En Segunda, el dócil acaba engullido por una dinámica pesarosa difícil de esquivar. En esa tesitura reposan estresados los granas. Justo en medio de un huracán destructivo, incapaces de encontrar el camino que les dé aire. Está visto que los efímeros ‘triunfos’ en la Copa del Rey son vacuos. No sirven. Para huir del barranco de la cola hace falta un esfuerzo mayor.

Ya no se trata de quién falla en el gol de Juan Villar o en el de José. El error individual desencadenante es lo de menos. Todo el proceso está viciado por un desánimo desquiciante que se agrava cada jornada que pasa por la ausencia de una victoria que dé alegría y por cada derrota encajada que resulta demoledora si encima es en el Nou Estadi. El Valladolid se relamió frente al decaimiento local y se llevó los tres puntos.

Los castellanos tuvieron bastante con amenazar para encontrar descosidos en el collage en que se ha convertido la defensa grana. Defensa como concepto, no como línea. La sumisión y tibieza aparece en todos los futbolistas granas cuando toca afrontar un cara a cara con los rivales. En esas facetas, los granas viven aterrorizados y con una mentalidad catastrofista. El temor a recibir el gol antes de que se produzca les amuerma y les incapacita para la resistencia. 15 goles en 10 jornadas, lo dicen todo.

Ha habido goles de todos los tipos, pero abundan los que llegan desde la segunda línea. Nadie se fija en esos futbolistas que entran sobre las estelas de los atacantes y éstos siempre encuentran resquicios.

Esa facilidad con la que encajan tiene un factor psicológico postraumático. Lo evidenció el gol de Juan Villar. El delantero blanquivioleta salió triunfante de una jugada embarullada frente a los dominios de Dimitrievski. Sacó un pie de entre la confusión para soltar una puntada al cuero y poner el 0-1. Más leña a los nervios. El orden tarraconense de los primeros minuto se resquebrajó. No se recuperó. Todo lo que produjo el Nàstic desde entonces fue fortuito.

Incluso el gol de Uche. El nigeriano reventó el cuero para mandarlo sin oposición posible al fondo de la red. El tanto, antes del descanso, dio esperanzas de remontada, emulando la hazaña en el Martínez Valero de Elche. José se encargó de echar por tierra esa ilusión con un remate de cabeza en el primer palo inapelable, en una segunda mitad de depresión colectiva y en la que la impotencia se tradujo en imprecisiones, precipitación, entradas a destiempo y un sinfín de errores que revocaron cualquier opción de igualada. La grada no tuvo fuerzas ni para pedir penalti por unas manos dentro del área vallisoletana o lamentar con virulencia la expulsión de Suzuki. Pocos soportaron estoicos al pitido final que sentenciaba la primera derrota casera. Lo último que faltaba.

Rescatable queda la primera media hora. Como viene siendo habitual en el Nou Estadi, el conjunto de Vicente Moreno se metió rápido en el choque. Haciendo lo que se le pide al equipo de casa. Practicar la elaboración con dinamismo. La productividad de tal propuesta depende del pensamiento último. El pase y la definición. Una guinda que el Nàstic no tiene especialmente lúcido este curso. Lobato y Juan Muñiz tendieron a exagerar las conducciones con la vista fijada en el suelo. Ciegos ante los movimientos de los delanteros o las llegadas de los carrileros.

El equipo grana lo fía todo a ese principio avasallador. Buscando un gol que les dé coraje para encarar el resto del encuentro con más calma. Cuando el balón se niega a entrar –Juan Muñiz mandó un balón al poste con el empate a cero en el marcador– o el rival se adelanta en su primera llegada peligrosa, se genera un desazón que contamina todo el juego de nervios, inquietud y todos los males que azotan a la plantilla del Nàstic.

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