No hay imposibles para el Reus. Está escrito en los libros de su historia, repleta de gestas inmortales. Ante el Liceo necesitaba otra noche de incendio, con la garganta del Palau a todo trapo y su corazón entregado a la causa. Volvió a conquistar el desafío el equipo, con una actuación memorable, de enciclopedia, de esas a las que las nuevas generaciones acuden para recordar a sus hijos aquel 7 de abril de 2018, cuando con la bufanda al cuello y unas cervezas decidieron vivir un rato de felicidad irrepetible. Los más mayores lo gozaron con lágrimas de nostalgia. En realidad, lo han vivido un puñado de veces.
El Reus defenderá su Copa de Europa en la Final Four, por si alguien llegó a sospecharlo. La Champions es su casa, una especie de zona de confort en la que se siente natural, espontáneo, sencillo. La nueva generación que maneja Garcia rebosa deseo. Ganar no le produce fatiga. Quiere rizar el rizo, alzar el premio por segundo curso consecutivo. Ante noches como la del Liceo, nadie puede prohibirle el derecho, por lo menos, a soñarla.
La extrema energía que transmitía el templo, contagió al equipo, que en las mismas entrañas de la caseta, justo antes de saltar a la pista, en el abrazo de conjura, sentía latir a los hinchas. Literalmente, el Reus voló en el primer tiempo. Desnudó al Liceo, que vivió una pesadilla. Garcia ordenó una zona presionante a sus chicos para el amanecer. Sólo fue un amago. La carta de presentación. El partido no pedía demasiadas estridencias tácticas, sí una fortaleza mental abrumadora.
El Reus celebró un primer cuarto de hora estratosférico de Marc Torra. Ligero con la pelota, diferencial en el mano a mano. Torra inauguró el recital, despejó el camino en una contra minuciosa.
El @ReusDeportiu ha remontado ante el @HockeyclubLICEO (7_2) y se clasifica para la Final Four de la #okeuro Así lo ha celebrado el equipo!! pic.twitter.com/ENAumSWrlm
— Diari TGN - Esports (@Diari_Esports) 7 de abril de 2018
La fortuna también se alió con los de Garcia, e lemento indispensable para que la gesta tomara color. Un disparo desde el desierto de Bancells, con el perfil de pala, chocó con Salvat, de espaldas, y perforó el arco gallego. Dio tiempo para que Marín errara un tiro directo, el registro que últimamente parece darle la espalda, aunque el capitán no perdió la perspectiva ni se cegó en guerras de guerrillas inútiles.
La azul a Di Benedetto permitió al Reus disfrutar de superioridad numérica. La trabajó con paciencia.
Marín culminó la exhibición de 25 minutos con el 3-0. Recibió de Àlex Rodríguez dentro del cuadro y suave, definió de media vuelta. El Reus había igualado la eliminatoria sin apenas acudir a la épica. Ballart cerró un parcial memorable guardando su portería ante un penalti que Miras mandó a la madera. Ni en los mejores sueños.
El Reus necesitaba añadir a su extenso ramillete de valores la concentración. Seguía en el alambre y probablemente el Liceo iba a volver a competir. Su orgullo, el escudo, le prohíben agachar la cabeza. Solo Malián, el arquero, entendió ese mensaje. Sujetó al Liceo en tres directas y una pena máxima que el Reus dejó en el camino.
No lo lamentó porque no había obstáculo que pudiera detenerle. Enseñó en la definición de la noche un maravilloso despliegue romántico. Menos perfeccionista, más de dibujos animados. Sencillamente, soberbio.
Torra creó una pequeña obra de Velázquez en el 4-0, con el Reus descosiendo un triángulo en inferioridad del Liceo. Controló, elevó la pelota a media altura e incendió el templo. Ni siquiera la experiencia de Payero suturó al Liceo, que había perdido su identidad, el ángel. Su rostro andaba desencajado. Sus ataques carecían de plan, la mayoría aventuras individuales sin rumbo. Y eso que el mismo Payero había igualado el general con el 4-1 de directa. Un espejismo que no reflejaba lo que estaba aconteciendo.
Un final soñado
Nadie pensó en Salvat como malabarista de circo. Como agitador. Remató de cuchara y de primeras un servicio de Álex Rodríguez al segundo palo. Se cayó el templo y el Liceo, totalmente helado. Casanovas y Àlex Rodríguez descorcharon el cava. Decoraron la remontada con un marcador desmesurado y lanzaron una advertencia indiscutible: en el templo no hay imposibles.