Lloret deja de ser talismán para el Reus

Los rojinegros caen en la segunda semifinal de Copa del Rey ante un solvente FC Barcelona (3-1)

24 febrero 2018 22:07 | Actualizado a 27 febrero 2018 20:00
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Casanovas madrugó para enseñar su fascinante pala. Salió de un rincón y disparó con el alma. La pelota colisionó en la madera. Lavó de polvo el ángulo. El poste de Casanovas era un fiel reflejo del juego. Reus y Barça no se guardaron nada. Se miraron a los ojos. Fue un desafío a pecho descubierto. A los cinco minutos, el Clásico se llenó de significado. De esa vieja leyenda que ha escrito su historia.

Ninguno de los dos actores pudo disimular su raza. El ritmo tomó tintes curiosos. Cuando alguien amagaba con el reposo, con bajarle pulsaciones al juego, éste se aceleraba con urgencia porque Reus y Barça no pueden disimular su afán por el ataque. Ballart y Sergio Fernández, los dos arqueros, entendieron que su papel iba a convertirse en diferencial. Es habitual en el hockey. Trabajaron mucho sin apenas darse cuenta.

Ballart sujetó al Reus en el primer sofocón de la noche. Marín recibió amonestación azul y el portero le adivinó la idea a Lucas en la directa. El Reus se refugió en la trinchera con inferioridad, en ese triángulo de la supervivencia. Cada disparo exterior del Barcelona moría en el cuerpo de Ballart, excelso ante la dificultad.

El Reus se le presentó una incomodidad terrible en el origen de cada ataque. El enemigo le acompañó en la presión en la salida desde propia pista y le obligó a pensar más rápido. Le costó al equipo estirarse. Garcia acudió al libreto en defensa. Le alternó sistemas al Barcelona. Individual y zona, pero los azulgranas finalizaron el parcial más aseados. Y de hecho tomaron ventaja. Todos los entrenadores estudian cada movimiento de Pablo Álvarez en el corazón del área. Nadie consigue atajarle. El argentino inauguró El Clásico con un gol muy suyo. Con el imán la empujó en la cueva. A los 20 minutos.

Marín no avisó en su regreso al foco, ya con el desenlace abierto, con la verdad como único argumento. El capitán del Reus patinó por detrás de la portería y se inventó un remate a media altura. Le pegó a la madera. El destino de nuevo. El golpe de genio de Marín no amedrantó al Barcelona. Asombra como se pone a defender. Es un ejército alemán. Una constelación de estrellas al servicio de la fontanería y la albañilería. El partido perdió el ritmo, el ángel. El Barça te duerme y cuando te aburres te castiga.

Gual lo intentó desde media distancia y Ballart respondió con los guantes. Alguien le perdió la referencia a Pablo Álvarez. Pecado capital. Curiosamente, el argentino cazó la pelota liberado. Anotó con suavidad. Vive permanentemente en sus escondites invisibles. Al Reus le restaban 20 minutos para la épica. No perdió la fe. No cuajó una directa de Marín, la herramienta más fiable del capitán para recuperar vida. La recuperó porque el Reus siempre vuelve. En sus genes anda prohibida la rendición.

Garcia insistió en la zona, esta vez con presión cuando el Barcelona llevó la pelota a los costados. Surgió. En una recuperación, Àlex dibujó un disparo al segundo palo, la empujó Salvat casi en la cocina. El reusense, en la acción posterior arrastró al poste ya que con el Reus desbocado. La gesta se congeló porque el exceso de entusiasmo llevó a Marín a descuidar una espalda. Bargalló anotó el 3-1 y terminó el Clásico con un dato. El Reus despreció dos directas y un penalti ante el imponente Sergio Fernández. Cero habitual y un horror ante el Barcelona.

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