Sergi Aragonès, el hombre que modificó el destino

Dicen de Sergi Aragonès (Sant Sadurní, 1996) que se trata de un tipo más bien introvertido, muy de los suyos, tranquilo en las distancias cortas. Lo único cierto desde que ingresó en la Calle Gaudí es que esa teórica timidez no le ha impedido caer de pie. Pasaría por un canterano encubierto porque parece que haya nacido en el Palau d’Esports, que lo haya mamado desde la cuna. Su impacto ha resultado demoledor, tanto a nivel deportivo como emocional. Hablamos de una adquisición estructural, capaz de modificar el destino de un proyecto. Los registros y los hechos así lo indican.

Sergi Aragonès rompió el mercado invernal del pasado capítulo, hace casi un año, cuando decidió salir del Benfica, donde apenas disfrutaba de chance. El internacional precisaba hallar un nuevo hábitat que le permitiera conservar el foco, competir en los altos cargos del hockey continental. En esa disyuntiva solo dos nidos le podían ofrecer cobijo; por un lado el Reus, por otro el Liceo. Los gallegos, eso sí, sin margen económico y el plantel poblado. Todos los caminos le llevaron a la capital del Baix Camp.

Por aquel entonces, el Reus viajaba inmerso en la irregularidad de un proyecto todavía tierno, por suturar, con actores de extrema juventud que necesitaban de una dosis de paciencia inevitable. Cohabitaban ya en la plantilla jugadores con cartel relevante como Marín y su hambre por el gol, la creatividad de Marc Julià o el aire juvenil de Compagno. También una portería cada vez más sofisticada con Ballart y Zapater. En todo caso, desde fuera, daba la impresión de que ese equipo necesitaba algo más, un elemento que compactara el talento y la idea de juego. Fue Aragonès.

Elemento diferencial

Su atracción resultó tan dominante que no permitió ni un segundo de espera, destrozó cualquier teoría de los procesos de adaptación, ofreció rendimiento inmediato. Hasta el punto que en su debut liguero anotó gol ante el Igualada y los nuevos hinchas se relamieron de esperanza.

El perfil de deportista que define al de Sant Sadurní también ha ayudado a la mejora colectiva. Jugador de recorrido largo, capaz de asumir el ritmo de un partido. En prestaciones ofensivas destacan sus diagonales repletas de poder físico, además de su disparo exterior. En los regresos exhibe solidaridad, no se le caen los anillos para convertirse en un jugador de equipo.

Garcia completó su puzzle con el regalo de reyes que recibió, y el Reus fluyó. Lo hizo bajo el paraguas de un bloque compacto, armonioso y organizado. En el Reus actual no se permite la anarquía, entre otras cosas porque tampoco hay exceso de calidad para ello, aunque sí un grupo de jugadores comprometidos con la causa, que han llevado el colectivo a la máxima expresión y han recogido el premio a esa labor. Los rojinegros se han plantado en las últimas tres finales domésticas (Copa del Rey, OK Liga y Supercopa de España). Un desafío casi impensable en noviembre de 2021.

Aunque no conquistó ninguno de los tres títulos, la propuesta parece consolidada, a pesar de la dolencia de Marín, que no ha vuelto a pisar pista desde el tramo final del curso pasado. La versión actual del equipo es más madura, consciente de sus paraísos y sus infiernos y el arranque del nuevo orden no ha defraudado. Tampoco Aragonès, que ha destapado su voracidad goleadora con hasta ocho dianas, justo antes del parón por el Mundial. Julià, con nueve, comparte esa meritocracia en la definición.

Reus ha resultado un hallazgo perfecto para Sergi Aragonès, que además de brillar en el templo, disfruta como un ganxet más del día a día de la ciudad. Sólo le resta campeonar para completar la obra.