Leer por encima de nuestras posibilidades

Si tenemos más tiempo libre en verano, ¿por qué no aprovechar para leer una novela más larga que durante el invierno no hayamos podido afrontar?

23 julio 2017 15:02 | Actualizado a 23 julio 2017 15:59
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Teresa le pregunta al Pijoaparte:
—¿Tú serías capaz de morir por un gran amor?
—Sí.
—¡Estaba segura! ¡Qué tontería!
—No veo por qué. ¿Tú no crees en el amor?
—No se trata de creer o no. A mí me inspira más confianza el deseo, es un sentimiento más digno y limpio.

Los protagonistas hablaban de amor y deseo entre personas, naturalmente. Ya se olía en la primera página de Últimas tardes con Teresa el romance entre estos dos. Ella, una burguesita. Él, un ladrón de motocicletas. 

Sí, dejemos a un lado el amor por un momento y hablemos precisamente de ladrones. Hace un tiempo, la librería Calders de Barcelona colgó en la red un vídeo donde se veía, por las cámaras de seguridad, la irrupción de un coche rompiendo el cristal de la entrada de la tienda. A continuación, tres ladrones con pasamontañas comenzaban a coger libros a toda prisa. 

El vídeo se convirtió en fenómeno viral por las redes sociales en poco tiempo y la editorial Malpaso destapó la verdad: era un fake, una campaña comercial. Y funcionó, como los buenos fakes, porque nos hizo pensar en el hecho de convertir los libros en objetos de deseo, a modo de joyas en una joyería. Volvamos al amor y el deseo. Según la tercera acepción de la RAE, amor es sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo. El deseo es (además de «acción y efecto de desear», gracias) el movimiento afectivo hacia algo que se apetece. Está claro que muchos humanos sentimos amor por la literatura, podemos tener verdadera pasión por la lectura, por devorar libros (algunos felinos domésticos también), pero, ¿podemos llegar a sentir deseo? ¿Deseo de dejar lo que estamos haciendo y correr hacia la butaca? ¿Volvernos locos de deseo, perder la cabeza por un libro? ¿Hacer lo que sea  —hasta un alunizaje— por una novela? ¿Se convertirá alguna vez el libro en un ‘oscuro objeto de deseo’, como el de Buñuel (o como el Ron Barceló)?

Muchos han perdido la vida por su amor a la literatura. Pensemos un segundo en cualquier revolución, en cualquier poeta fusilado en una tapia. ¿Habrá jamás ladrones de libros puesto que hay libros que nos roban el corazón?

Ahora que es verano, muchos suplementos de periódicos se llenan de listas con títulos escalofriantes como ‘Lecturas frescas para el verano’. No puedo comprenderlo. ¿Acaso una persona que sólo lee un libro al año, el que se compró para Sant Jordi y que lo lee durante sus vacaciones de verano, necesita una lista de lecturas banales y superficiales? 

Un lector consumado probablemente pasará de largo ese artículo. Si tenemos más tiempo libre, ¿por qué no aprovechar para leer una novela más larga o profunda que durante el invierno no hayamos podido afrontar? 

Un lector apasionado lo que hace durante sus vacaciones de verano de días largos y relajados es precisamente entregarse a Guerra y paz o Anna Karenina y no escoger librillos facilones (bestsellers para eternos adolescentes o romances simplistas) que se leen en 24 horas, en el transporte público o esperando el tren. No sé ustedes, pero yo no puedo imaginarme a mí misma leyendo a Stendhal de pie en medio de un vagón de metro. Para eso están las vacaciones o las tardes de domingo de invierno.

Ojalá llegue un día en que no haya novelas en el supermercado, al lado de la caja, junto con los chicles y las pilas. Quizá pronto los encontremos en máquinas automáticas. Ojalá llegue un día en que los libros sólo se puedan comprar en las librerías y recomendados por un buen librero que nos aliviará el pesar de nuestros días, igual que vamos a una farmacia a que nos recomienden, por favor, algo contra ese catarro.

Ojalá nos volvamos locos por los buenos libros, nos ciegue el deseo. Ojalá un día nos digan: no, mira, ahora te toca pringar porque has estado leyendo por encima de tus posibilidades. Teresita tenía razón. Habríamos vivido muy dignamente.

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