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    i+d+I, innovación de guerrilla

    Para las empresas pequeñas y medianas la ‘i’ minúscula debería ser mayúscula, convirtiéndose en un i+d+I

    06 marzo 2023 09:33 | Actualizado a 06 marzo 2023 09:37
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    Hace más de dos décadas que el I+D+i es un mantra constante de la política económica, pero a menudo seguimos sin entender lo que resumen estas tres letras. La ‘I’ mayúscula se refiere a la investigación y recoge las actividades de ciencia básica, la generación de conocimiento alejada de la aplicación comercial. En economías con grandes empresas una parte importante de este primer paso lo desarrollan compañías multinacionales, pero en nuestro rincón de Europa esta etapa queda mayoritariamente en manos de las universidades y de algunos centros tecnológicos a medio camino entre la financiación pública y privada.

    La ‘D’ hace referencia al desarrollo necesario para transformar la investigación en productos y servicios que puedan llegar al mercado. La conversión del conocimiento científico en una tecnología aplicable que permita solucionar problemas prácticos y, en última instancia, convertirse en productos y servicios. Este paso final es el más humilde y, a veces, el más denostado. A menudo ni siquiera cuenta cuando se mide la inversión en I+D.

    Es la innovación, la ‘i’ minúscula, la cola que se identifica con el final del proceso: la llegada al mercado con una propuesta nueva que gana clientes y, si funciona, se acaba transformando en ingresos.

    El misterio de la innovación, la gran contradicción, es que el gasto en investigación no siempre se acaba trasladando a la ‘i’ minúscula que, por lo menos en el sector privado, debería ser su objetivo final. Hay ejemplos tan extremos de esta paradoja que, en el campo de la gestión de empresa, se han convertido en tópicos. Kodak inventó la fotografía digital pero no quiso explotarla y acabó desapareciendo. Xerox descubrió mil y una maravillas, del ratón a la impresora casera, y las malvendió a empresas como Apple y HP que construyeron imperios sobre ellas. Pocas empresas deben haber invertido tanto en ciencia como IBM y, sin embargo, fueron otros los que protagonizaron la revolución digital.

    La investigación no siempre se convierte en innovación y, a menudo, quien innova con éxito no es el responsable del esfuerzo científico y su primer desarrollo. La innovación comercial es el secreto del éxito empresarial, el control del último paso entre las ideas y el bolsillo del cliente. El ingenio que permite convertir en ventas la tecnología que otros crean. El iPhone no inventó nada, pero ensambló componentes existentes para convertirlos en un producto nuevo, añadió una usabilidad extraordinaria y revolucionó el mundo.

    Sin innovación el resto de la fórmula puede tener sentido para la sociedad, pero dejará de tenerlo para la empresa que convierte su inversión en un gasto sin retorno. Las grandes multinacionales, las universidades y los centros tecnológicos con financiación pública pueden permitirse invertir en I+D sin capitalizar esa apuesta a través de la innovación, pero las pymes no. Para las empresas pequeñas y medianas la ‘i’ minúscula debería ser mayúscula convirtiéndose en un i+d+I. Investigar y desarrollar sólo lo indispensable, pero innovar tanto como sea posible. Innovación de guerrilla.

    Marc Arza es CEO de Startsud Studio

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