Movimiento de gran calado y de implicaciones aún por calibrar en la política vasca. Tras meses de debate interno con sordina y de dudas azuzadas por los malos resultados electorales, el PNV ha optado finalmente por dar un volantazo radical y precipitar un «cambio de ciclo», no solo de caras sino también con vocación de relevo generacional, con una primera consecuencia inesperada hasta hace sólo unas semanas: el adiós de Iñigo Urkullu que, tras encadenar tres legislaturas consecutivas en el cargo, no será el candidato a lehendakari en las próximas elecciones autonómicas vascas, como desveló este viernes El Correo. Unos comicios que se prevén a cara de perro con una EH Bildu al alza.
En esta ocasión, el PNV no ha sido fiel a la máxima ignaciana popularizada por Xabier Arzalluz que recomienda no hacer mudanza en tiempos de desolación y ha optado por buscar un revulsivo para intentar frenar en las urnas el empuje de los de Otegi. Una izquierda abertzale que ha sabido rentabilizar al máximo su nuevo papel institucional en Madrid y amenaza como nunca la hegemonía electoral de los jeltzales, que perdieron más de 86.000 votos en las municipales y forales de mayo y 100.000 en las generales de julio, mientras le mira de tú a tú en el Congreso, situados ambos en el mismo lado de la historia, el de los partidos que integran la heterogénea mayoría que sostiene a Pedro Sánchez.
La tardanza de Sabin Etxea en anunciar la apertura del proceso interno para designar a su aspirante a la Presidencia vasca había disparado las especulaciones sobre la continuidad de Urkullu y sobre los nombres que podrían sucederle y alentado como pocas veces el nerviosismo y la perplejidad en cuadros y bases militantes. El PNV, fiel a su costumbre y a su habitual hermetismo, no soltaba prenda e incluso jugaba al despiste en un intento por controlar, al menos, el manejo de los tiempos y no dar pistas a los de Arnaldo Otegi, que celebran este lunes la reunión de la mesa política en la que el coordinador general de EHBildu podría anunciar también si será o no el candidato de la coalición abertzale.
Al final, el PNV no ha tenido más remedio que confirmar que será ese mismo lunes 27, pasado mañana, cuando el EBB aborde el asunto y dé por iniciado el proceso interno en el que las bases deben votar la propuesta de la ejecutiva de candidato a lehendakari, a presidente del Parlamento vasco y a los integrantes de las listas o bien proponer otros nombres en las correspondientes juntas municipales. Pero solo envió una nota oficial con la fecha tras la revelación de que el presidente peneuvista, Andoni Ortuzar, y los líderes de los consejos territoriales habían comunicado ya a Urkullu su decisión de no proponerle para un cuarto mandato pese a que el todavía lehendakari siempre ha ejercido como voto refugio para indecisos y abstencionistas de todo pelaje.
Precisamente, ese perfil moderado y ‘atrapalotodo’ había hecho suponer hasta hace poco, dentro y fuera del partido, que seguiría una legislatura más. Y que la renovación de cuadros dirigentes no se produciría a matacaballo y sin apenas tiempo para el rodaje del elegido -o la elegida- para encabezar la plancha de las autonómicas, sino una vez que Andoni Ortuzar cediera el testigo del EBB en la asamblea general que toca en 2024. Primero el partido y después los cargos institucionales. Pero ha quedado claro que Sabin Etxea ha preferido coger la sartén por el mango y prescindir de Urkullu. El lehendakari había mantenido en estos años una posición distante con respecto al principal protagonista del ‘procés’, Carles Puigdemont, en un contexto en el que su partido ha restablecido las relaciones con Junts. Urkullu había roto con el expresident desde que fracasó su intento de mediación para que evitara una ruptura unilateral con España.