Jugaba el filial y el envoltorio del espectáculo se asemejó al desierto. Sólo una puerta de acceso al estadio abierta, ni controles policiales y ni juerga en los bares. Incluso las cerraduras de las puertas del recinto se habían modificado. La fiesta del fútbol denota tristeza en Reus por lo que fue y lo que ahora es. Un mundo antagónico. Medio millar de aficionados escasos y alguna bufanda rezagada. El paisaje simbolizó la actual situación del Reus. Un club sin rumbo, metido en la ley concursal y moroso por todos lados. Sólo la ilusión de los chicos de Beto Company cambia el ánimo y atrae a la esperanza. Ese equipo juega como los ángeles. Un auténtico descubrimiento en la escasez absoluta.
Desde la tribuna principal se hacía factible oír los ecos que generaba cada grito en el campo. Quedó destrozada cualquier tipo de intimidad, desnudados los códigos entre futbolistas. Se medía el Reus B Cambrils al Terrassa, en un duelo de cabezas de cartel en la categoría. Dos radios transmitían hacia ese mundo de las ondas tan fascinante el compromiso. Apenas cinco periodistas en la zona habilitada. Los fotógrafos necesitaron saltar desde la tribuna baja al césped para realizar su trabajo. Y silencio, mucho silencio. El griterío se encendió solo con alguna decisión sospechosa del colegiado. Muy al fondo, un tambor resonaba entre la decena de hinchas del Terrassa. Fútbol modesto. Mucha nostalgia.
En el antepalco se ausentaron los canapés y el glamour. Sólo Mingo Capafonts, el dirigente responsable del filial aguardaba. No hubo listas de espera para salir en la foto. Corría el viento, sobraban asientos. Tres directivos del Terrassa comparecieron segundos antes de que el colegiado decretara el inicio de la batalla. Ni trajes ni corbatas. El propietario, Clifton Onolfo, apareció por la zona vip cuando se habían disputado 20 minutos. Hasta el clima oscureció el escenario. Algo de frío y amenaza de lluvia.
Ante esa depresión institucional resulta asombroso cómo Company ha convencido a sus chicos de que la mejor solución para evitar el manicomio es competir. La mejor y la única. Incluso ante el Terrassa se olvidaron los actos reivindicativos. La mejor rebelión tiene que ver con el juego y el compromiso. De eso anda sobrado el Reus B Cambrils, una especie en extinción que cada domingo dignifica la palabra dignidad. Nunca mejor dicho. En clave escaparate, esa banda de niños, la media no sobrepasa los 22 años, se ha ganado un futuro delicioso. En Tercera División, como mínimo.
El filial regaló otra matinal fetiche y una victoria meritoria. Acabó sometiendo al histórico Terrassa, pareció que en Can Reus no ocurría nada. Desde que en enero Tebas decidió expulsar al club del fútbol profesional, a éste lo sostienen niños que desprenden un entusiasmo juvenil fascinante. Entre ecos, ganaron otra vez y enseñaron al fútbol que la pureza existe. Sin rasguños.