España se queda sin niños. De enero a final de junio pasado nacieron 159.705 bebés, apenas 211 más que en el mismo período del año anterior, que ostenta el récord más bajo desde que comenzó la serie histórica en 1941. La tendencia descendente de la natalidad, que se había agudizado durante la pandemia, se mantiene.
Los datos responden a varias razones. Por un lado, la marcha de miles de inmigrantes desempleados en la década pasada. Por otro, el menor porcentaje de mujeres en edad fértil al envejecerse la población. Por último, la caída de la fecundidad que España registra desde los años setenta como consecuencia de la mayor edad de los padres al tener el primer hijo y el aplazamiento de la decisión de tener descendencia con motivo de la crisis del coronavirus y de la incertidumbre económica.
Urge revisar las políticas de natalidad pero también las de conciliación, claves en un avance en esta materia
En este sentido, la novedad más impactante y a analizar con detalle que dejan las cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE) difundidas esta semana es la excepcionalidad en la edad de las embarazadas: hay un repunte entre las adolescentes (un 6% más) y entre las mujeres mayores de 45 años que cogen el último tren (cerca de un 30%). Pero en el periodo de mayor madurez y fertilidad, en la treintena, se desploma: un 63%. Cabe analizar las causas de esta anomalía, entre las que seguro que se encuentran la precarización laboral y la difícil conciliación laboral. Quizás haya otras más de filosofía de vida, prioridades o de cambio de mentalidad sobre la maternidad/paternidad.
En todo caso, se demuestra que el tema de la natalidad es ya un problema de carácter estructural que dibuja una pirámide poblacional insostenible y que, de no actuar, continuará agravándose a caballo de profundos cambios en los usos sociales y laborales. Urge, por tanto, revisar las políticas de natalidad pero también las de conciliación, claves en un avance en esta materia.
