Educar por la paz

14 junio 2022 12:30 | Actualizado a 14 junio 2022 12:31
Javier Fernández Arribas
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Cuando ves las imágenes de la muerte y destrucción que está provocando la invasión rusa en Ucrania la indignación crece en décimas de segundo y la indefensión ante los agresores sin escrúpulos te hace cuestionar, y mucho, la condición humana. Mejor dicho, la condición de algunos que dicen ser humanos, pero no tienen ni pizca de escrúpulos y anteponen su propia ambición personal y política a cualquier otra consideración de respeto a la vida de otros seres humanos, a los derechos humanos en su más profunda esencia y al derecho internacional que nos debe permitir una convivencia en paz. El caso del presidente de Rusia, Vladímir Putin, y de sus oligarcas protectores, no es ni el primero, ni el más cruel, ni el más vergonzoso, pero nos debería acuciar la obsesión de que fuera uno de los últimos. En la historia no ha sido posible acabar con la ley del más fuerte. Nadie podía imaginarse que en suelo europeo podría desencadenarse una tropelía tan atroz como la que se sufre en Ucrania. Pensamos que lo habíamos visto todo en Bosnia, pero no quisimos advertir los riesgos de la violencia desatada en países como Siria, Libia, Yemen o en varios países africanos porque nos resultaban lejanos. Sin embargo, los populismos autoritarios como el que sufre Rusia se entrenaban en estos países con total impunidad y ahora se aplican a lograr sus objetivos por la fuerza.

En la historia no ha sido posible acabar con la ley del más fuerte. Nadie podía imaginarse que en suelo europeo podría desencade-narse una tropelía tan atroz como la de Ucrania

Las democracias liberales tenemos la obligación de asumir el compromiso de parar y zanjar las ambiciones de estos dictadores, aunque haya que pagar un precio. Los principios y valores de la democracia y la libertad siempre han costado esfuerzo y sacrificio, sólo ahora que se han relajado en su preservación han permitido que surjan las herramientas políticas, sociales y de comunicación que utilizan los resortes de la propia democracia para alcanzar el poder y secuestrarlo para sus intereses. No debemos asumir que la violencia es aceptable para someter al vecino. La vida no es un camino de rosas, ni existe el mundo feliz de Aldous Huxley, por eso hay que comenzar con los niños, educarlos en la paz para intentar que las próximas generaciones antepongan los principios y valores al uso de la fuerza y de la violencia. En Dajla, en el Sáhara, hemos asistido a una reunión de personas llegadas de muchos países del mundo para intercambiar opiniones, experiencias y aportar su firme voluntad de superar el odio y el ánimo de venganza que provoca el terrorismo, en cualquier circunstancia. URI MENA organiza estos encuentros, donde una de las principales conclusiones es: educar, esa es la clave. Es posible con la convivencia y el diálogo interreligioso.

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