Los héroes siguen en primera línea

He pasado gran parte de esta semana en la tercera planta del Hospital Joan XXIII, en calidad de acompañante de mi mujer, que ha sido objeto de una intervención quirúrgica. Estar allí tanto tiempo, de día, pero, sobre todo, de noche, me ha hecho recordar por qué durante los primeros meses de la pandemia de Covid salíamos cada día, a las ocho de la tarde, a aplaudir a los profesionales sanitarios. Ahora, ya superada –que no olvidada; es imposible, fue inmenso el dolor que causó– aquella tragedia, ya no les vitoreamos. Y, sin embargo, siguen estando allí, en primera línea, desviviéndose por cuidarnos. Lo he visto. Con jornadas maratonianas y horarios intempestivos. Todo el día. Toda la noche. Eficientes, profesionales, pero, sobre todo, empáticas, cariñosas, atentas, siempre dispuestas a ayudar y siempre con una sonrisa y un gesto de cariño que, si es verdad que en ocasiones no reduce el dolor porque es imposible, sí es cierto que consigue amortiguarlo y hacerlo más llevadero. Hablo de las enfermeras y de los enfermeros, de los médicos y médicas, de los celadores –tan importante su labor como poco reconocida–, de las mujeres de la limpieza –imprescindibles; ¿se acuerdan?–. No me cansaré de repetir que la salud pública es uno de los pilares en que se basa nuestro estado del bienestar. Y créanme que funciona, a pesar de la falta de recursos. Lo hace, en gran medida, gracias a la valía, el esfuerzo, el saber hacer, la dedicación y la sonrisa –sí, también la sonrisa, importantísima– de todos esos profesionales que, a pesar de todas las dificultades con que se topan en sus condiciones de trabajo, siguen mereciendo nuestro aplauso diario y que luchemos por ellos. Al fin y al cabo, es hacerlo por nosotros, por nuestra salud. Gracias. Por tanto. Por todo.