Me temo que la visita del líder chino a Rusia no acabará con la guerra en Ucrania. Y no lo hará no tanto por la ‘presión’ de Xi Jimping –que también– como por la decisión de Putin de huir hacia adelante, aunque eso implique llevárselo todo también por delante. Sí, tratar de negociar con quien no quiere hacerlo si sobre la mesa no está la rendición de la otra parte –lo que es cualquier cosa menos negociar– es inútil.
Desengañémonos, Putin no es un hombre de pactos. Él, espoleado por su cuadrilla de aduladores –«Dios te puso en el poder», le dijo el patriarca ortodoxo ruso. Y él lo creyó– se cree un enviado divino para salvar el mundo. Es una conducta típica de dictadores –aquí también tuvimos nuestro caudillo «por la gracia de Dios». Vaya ‘gracia’–. Y cualquiera que se interponga en su cruzada es un enemigo.
Da igual si son sus conciudadanos –ayer exigió abortar rápidamente cualquier intento de protesta– o de instituciones internacionales. Sin ir mas lejos, Rusia ha respondido a la orden de arresto contra Putin emitida por el Tribunal Penal Internacional con la apertura de una causa penal a los jueces de esta corte por poner en cuestión la protección de la que goza Putin.
Y el expresidente ruso y actual vicepresidente del Consejo de Seguridad del país, Dimitri Medvedev, ha amenazado al TPI con el bombardeo de su sede en La Haya. «Todos estamos a merced de Dios y los misiles. Señores jueces, miren cuidadosamente al cielo». Intolerable. No, Putin no negocia. Ni hace prisioneros.
