Hace ochocientos cincuenta años

Disponer de una institución sanitaria con un bagaje como el del Hospital Sant Pau i Santa Tecla, cuya historia es la historia misma de la ciudad, debería ser motivo de orgullo para todos los ciudadanos de Tarragona. Lamentablemente no siempre es así
 

25 abril 2021 07:40 | Actualizado a 25 abril 2021 11:35
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Conociendo por encima la vida del personaje, no tengo la menor duda de que Hug de Cervelló habría sido protagonista de un deslumbrante biopic hollywoodiense si hubiera nacido en un país anglosajón: batallas medievales, intrigas palaciegas, enfrentamientos entre nobles y obispos, sangrientas venganzas… Algunos se han atrevido a considerarlo nuestro particular Thomas Becket, no por su santidad precisamente, sino por su férrea defensa de la independencia eclesiástica frente al poder civil.

Debemos remontarnos a 1163 para verlo convertido en arzobispo de Tarragona, probablemente por su cercanía con Ramon Berenguer IV y con su hijo Alfonso II. El rey deseaba contar con un vasallo fiel en nuestro territorio, y Hug de Cervelló fue la persona elegida para cumplir ese cometido. Sin embargo, tras participar en las campañas contra los sarracenos, el purpurado mantuvo una agria y virulenta disputa con Guillem d’Aguiló, quien había heredado el título de ‘princeps tarraconensis’ de su padre Robert, noble normando que lideró la repoblación de nuestra capital junto con Sant Oleguer.

La tensión entre Hug y Guillem alcanzó tales cotas que el propio monarca tuvo que personarse en Tarragona para calmar los ánimos, decretando una solución salomónica que no convenció al clérigo. De hecho, el noble fue después asesinado en Tortosa por presunta orden del eclesiástico, y a continuación el hermano del difunto, Berenguer, acabó con la vida del arzobispo en 1171 como represalia. La escalada de los acontecimientos, digna de una tragedia shakespeariana, obligó a Alfonso II a regresar desde Perpignan a nuestra ciudad, donde decretó el exilio de los Aguiló y la incautación de todos sus bienes, con el beneplácito del papa Alejandro III.

Antes de morir, Hug de Cervelló dejó prevista en su testamento una importante suma de dinero para la construcción de nuestra incipiente catedral (donde actualmente reposan sus restos), así como 100 maravedís para un hospital destinado a las personas más desfavorecidas. Este documento es la primera referencia documental que tenemos sobre el origen del Hospital de Sant Pau i Santa Tecla, que desde hace 850 años viene prestando atención médica ininterrumpida a las decenas de generaciones de tarraconenses que han caminado sobre las erosionadas piedras que jalonan nuestra capital. Como señala Neus Sánchez Pie, responsable del archivo del centro sanitario, «la historia del hospital es la historia de la ciudad».

Mucho han cambiado las cosas desde aquellos tiempos, gracias a Dios, especialmente si tenemos en cuenta que la medicina es probablemente la ciencia que más ha avanzado durante los últimos siglos, sobre todo desde la perspectiva de su impacto sobre la calidad de vida de las personas. El hospital, que inició su andadura en el singular edificio de la calle de Les Coques que hoy alberga el Consell Comarcal, se instaló definitivamente en la Rambla Vella en el siglo XVI, donde hoy mantiene su sede principal y ofrece su servicio como centro integrado en la Xarxa d’Hospitals d’Utilització Pública del ICS.

Sin duda, disponer de una institución sanitaria con semejante bagaje a sus espaldas debería ser motivo de orgullo para todos los ciudadanos de Tarragona. Lamentablemente no siempre es así, un fenómeno en el que quizás converjan dos factores en paralelo: por un lado, una inmemorial tendencia local hacia las dinámicas cainitas, que debilita nuestra autoestima colectiva y nos hace perder trenes que raramente vuelven a pasar; y por otro, un recelo metódico hacia el modelo concertado, frecuentemente sustentado en suspicacias ideológicas. Efectivamente, al igual que sucede en el ámbito de la enseñanza, donde determinados sectores abogan por vetar cualquier colaboración entre la iniciativa privada y la administración pública, también en la órbita médica se reproduce este mismo prejuicio, pese a que los números evidencian el enorme ahorro que los conciertos suponen para las arcas públicas. ¿Alguien es capaz de imaginar el coste que supondría para las administraciones crear la infraestructura y asumir la labor que actualmente ejercen los centros concertados del ámbito educativo y sanitario?

Hace unos años me propuse mantener una serie diálogos con diversos personajes relevantes de la ciudad, que posteriormente fueron publicados en estas mismas páginas. Una de las personas con quienes pude disfrutar de estas interesantes conversaciones fue Roger Pla, quien fuera máximo responsable de la Regió Sanitària del Camp de Tarragona. Aun destacando el enorme margen de mejora del sistema desde la óptica de la coordinación y la transparencia, también señalaba que «en sanidad debemos superar la dicotomía privada/pública, pues ambas pueden ser igual de eficientes o ineficientes». En efecto, lo relevante no debería ser quién ostenta la titularidad de un colegio o un hospital, sino la calidad y la eficiencia con que ejercen su labor en beneficio de la sociedad. Como decía Deng Xiaoping, «no importa que el gato sea blanco o negro, mientras cace ratones».

No todos los días se cumplen ocho siglos y medio de existencia, al cuidado de la salud colectiva en medio de guerras, crisis y epidemias. De hecho, resulta desconcertante el escaso reconocimiento público que se ha concedido localmente a una conmemoración tan excepcional. Celebremos como ciudad el aniversario de Santa Tecla, y felicitemos especialmente a los profesionales que tanto bien han hecho durante el último año, con una labor abnegada que nunca podremos agradecer lo suficiente. Aunque reconozco que quizás esté personalmente mediatizado por ser hijo y nieto de médicos, creo que es difícilmente rebatible que los sanitarios, junto con una reducida lista de profesiones esenciales, han sido el soporte que ha mantenido esta sociedad a flote, permitiéndonos ver la luz al final de un túnel demasiado largo y oscuro. Gracias a todos ellos.

Colaborador de Opinió del ‘Diari’ desde hace más de una década, ha publicado numerosos artículos en diversos medios, colabora como tertuliano en Onda Cero Tarragona, y es autor de la novela ‘A la luz de la noche’.

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