Pedro Sánchez se queda. Lo ha anunciado en un discurso que invita a una reflexión general y en el que ha lanzado una invitación a sacar a la política de este terreno tan enfangado en que se halla sumida desde hace unos años.
Ha venido a decir que no todo vale, que las mentiras y los bulos no pueden ser una forma de actuación que marquen la agenda del país y que obliguen al inocente a demostrar que lo es, contra todo principio de presunción de inocencia y contra aquella máxima de que debe ser el acusador el que en todo caso demuestra con pruebas la culpabilidad del acusado. Hablaba desde el dolor, que no ha tratado de ocultar.
Ha pedido la movilización ciudadana para recuperar esos valores y esa forma de hacer basada en la negociación, el diálogo y el respeto que hicieron de la transición española un ejemplo en todo el mundo.
Hablaba de regeneración democrática en unos tiempos en que el mundo se halla amenazado por un movimiento reaccionario que amenaza muchos de los avances sociales conseguidos.
En definitiva, Sánchez sigue para no conceder una victoria a esa forma de hacer política basada en el insulto, los bulos y el odio que tanta crispación ha levantado.