Vancouver

01 junio 2023 19:49 | Actualizado a 02 junio 2023 07:00
Sergio Nasarre Aznar
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Canadá, el segundo país más grande del mundo, aunque con una población de solo 38 millones de personas, diez millones menos que España. Vancouver, su ciudad en el Pacífico más poblada (0,7 millones, pero con un área metropolitana de 2,2 millones), fue visitada por primera vez por los españoles, pero el primer asentamiento europeo no tuvo lugar hasta 1862.

A pesar de las dimensiones del país, los ciudadanos de Vancouver se quejan de los problemas de vivienda (como cualquier otro municipio, incluso de 400 habitantes), al tiempo que se encuentra en pleno boom inmobiliario (lleno de grúas en la periferia, al estilo de la España de los primeros dos mil), con construcciones masivas de rascacielos residenciales, cada vez en localizaciones más alejadas del centro de la ciudad, con menos alma; incluso menos que la trama cuadriculada que determina el carácter de la joven urbe.

Estas construcciones pueden tener entre 28 y 53 pisos de altura. Dentro de estas torres se construyen una serie de ‘comodidades’ (ammenities) que las hacen más atractivos para vender, a pesar de su coste (alrededor del millón de euros por algo más de 80 m2, siendo su salario más común anual unos 40 mil euros, 1,5 veces el español, solamente), tanto interiores como exteriores: plantas dedicadas a piscina interior, simuladores de golf, sofás, zona de juegos para niños, lugares de encuentro para mascotas, etc. Aunque a veces están infrautilizadas, pues se trata de enormes ciudades-dormitorio donde escasamente se hace vida. Lo pudimos comprobar: nadie por la calle un viernes por la tarde («es que aquí no hacemos siesta, como los españoles, y trabajamos», nos espeta el experto milenial), sin tiendas, sin bares, sin restaurantes cerca... Igual si organizas la vida dentro de estos grandes rascacielos y no hay nada que hacer fuera, hay poca necesidad para las personas de socializarse en el espacio del exterior, incluso gozando del clima más benigno de Canadá; así ya pueden tener el parque y los lavabos públicos impolutos. Y, cuando pueden, segregan en edificios separados a propietarios e inquilinos: «Para gestionar a estos mejor», nos dicen. Además, muchas de las nuevas construcciones, aunque estas solo de hasta seis alturas, se hacen con madera, con tratamiento ignífugo, pero sin pensar en las termitas: «No tenemos insectos, aquí», nos dicen los expertos, «hace demasiadro frío»; al tiempo que los asistentes del congreso soportamos 27ºC en la calle. «Hace más de cien años que no tenemos un terremoto y es que es más barato que el hormigón», nos acaban reconociendo.

Si organizas la vida dentro de estos grandes rascacielos y no hay nada que hacer fuera, hay poca necesidad para las personas de socializarse en el espacio del exterior

Sin problemas de inmigración ilegal, recibiendo un flujo constante de población de China, Korea o Irán, Vancouver me parece una mezcla de Estados Unidos e Inglaterra. El «¿cómo está usted hoy?» de los camareros, quienes esperan una respuesta amable y agradable, no es porque les interese demasiado nuestra salud o estado de ánimo, sino que te invitan a que les des una propina de hasta el 30% para completar su sueldo. Taxis en mal estado con conductores indios al estilo Nueva York (no muy amables, por cierto), grandes casas unifamiliares rodeadas de bosque virgen, grandes cruceros que se meten en la ciudad y calles enormes, sin plazas ni plazuelas pero con comercio local, plagadas de Teslas que rodean un pequeño reloj de gas de estilo victoriano (pero que es tres años más joven que yo). Este reloj parece ser la mayor atracción del centro de la ciudad, a pesar de que su construcción fue financiada por los comerciantes locales para alejar a los ‘sinhogar’ que buscaban esa grieta de gas para dormir calientes. La enorme pena que da verlos a centenares a unas pocas manzas de allí, hacinados en plena calle, presa de las drogas, de la desesperación y el abandono, no la compensa la preciosa vista del océano desde el puerto y de las montañas que rodean la ciudad.

Una ciudad tan plagada de contrastes y de retos ha sido el lugar ideal para organizar y poder asistir a un excelente congreso sobre edificios que en 2024 se hará en Tarragona

Una ciudad tan plagada de contrastes y de retos, se pueden imaginar que ha sido el lugar ideal para organizar y poder asistir a un excelente congreso sobre edificios organizados en propiedad horizontal, que había pasado antes por Sudáfrica y Australia. La vida en vertical, al estilo que les comentaba, se está presentando cada vez más como una solución al proceso de urbanización y concentración poblacional que estamos experimentando a nivel global a causa de las sucesivas crisis mundiales desde 2007, que provocan la concentración de las pocas oportunidades que aparecen en grandes urbes, como sucede con Barcelona en Cataluña. Atendimos ponencias sobre Estados Unidos, Israel, Australia, Nueva Zelanda, España y Canadá, que enmarcaban algunos grandes retos de organizar la vida en comunidad: resolución anticipada de conflictos de convivencia en los edificios, las viviendas en propiedad horizontal como objetos de inversión de fondos internacionales, la creciente intervención gubernamental en la propiedad privada y gestión de las comunidades de propietarios, la evolución de la titulización hipotecaria, la relación entre propiedad horizontal y asequibilidad y mixticidad y, cómo no, las complejidades de la gestión de la propiedad horizontal y la convivencia en los rascacielos residenciales. España es el país de la Unión Europea en el que más personas vivimos en pisos. Lo cual, unido a los diez años que pronto celebra nuestra Cátedra de vivienda con exelentes resultados académicos, convenció a los asistentes y promotores de tan relevante evento científico de celebrar la edición de 2024 en Tarragona. Muchas gracias y hasta pronto.

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