San Francisco de Álvaro de Mendaña. Isla de Wake

Jorge Sánchez ha dado la vuelta al mundo en diferentes ocasiones para visitar todos los países

17 septiembre 2022 19:52 | Actualizado a 17 septiembre 2022 19:59
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Viajando por Siberia durante el verano me enteré gracias a varios viajeros de que el 11 de diciembre volaría un avión desde la isla de Guam al atolón de Wake, fletado por la agencia estadounidense Military Historical Tours, de Woodbridge, Virginia, dependiente del Pentágono. Los pasajeros del avión pasarían doce horas en ese atolón donde unos guías les explicarían la historia. Al anochecer regresarían en avión a Guam.

Me interesaba enormemente esa visita por dos razones:

La primera era Álvaro de Mendaña. En el año 1991 visité la Bahía Estrella, en la isla de Santa Isabel, Islas Salomón, donde desembarcó don Álvaro de Mendaña en el año 1568; y semanas más tarde le erigí un monumento en la isla de Nendo, en el archipiélago de Santa Cruz, donde murió. Me había interesado por su historia. Por ello sabía que la isla de Wake fue descubierta por él en ese mismo año 1568 durante su regreso a Nueva Galicia (México) desde Manila. La bautizó San Francisco. Pero como los españoles no encontraron agua en la isla, ni tampoco comida, salvo los cocoteros, el Gobierno de España nunca se preocuparía por habitarla o dejar un destacamento estable de gente.

Doscientos treinta años más tarde los ingleses la redescubrieron y la rebautizarían Wake. La isla Wake perteneció a España hasta 1898, cuando la perdimos ante Estados Unidos, junto a Guam, Cuba, Puerto Rico y las Islas Filipinas, tras la guerra que nos declararon con la excusa de la explosión ‘accidentada’ del Maine (hoy se sospecha que fue una operación de falsa bandera provocada por los Estados Unidos).

La segunda razón era que tras 21 años de estar cerrada a toda persona ajena al ejército estadounidense, súbitamente se abría al turismo, pero solo por un día. Por ello acudiría la crème de la crème de los viajeros del mundo, ya que constaba como territorio en las listas de varios clubes que agrupaban viajeros. Wake sería, me aseguraron, un ‘Woodstock viajero’, la mayor concentración de viajeros consumados en la historia de la humanidad.

¡No me lo podía perder! Rápidamente me puse en contacto con Military Historical Tours y me inscribí en ese viaje.

Al llegar a la isla de Guam el 11 de diciembre todos los viajeros registrados fuimos invitados a una cena de gala como bienvenida. Se conmemoraba el aniversario del inicio de la Batalla de Wake. Llegaron almirantes, generales y coroneles, así como supervivientes de la Batalla de Wake.

También estuvo presente el Gobernador de Guam. Hubo una ceremonia y se entonó el himno de los Estados Unidos. Todo el mundo nos pusimos de pie.

El día 11 de diciembre de 1941 los japoneses atacaron Wake y dos semanas más tarde la invadieron. Los soldados americanos mostraron una defensa tan a ultranza, que por ello a la isla de Wake se la denomina ‘El Álamo del Pacífico’. Fue la primera vez que marines americanos se rendían a un enemigo. Entre las bajas hubo diez chamorros, como son llamados los nativos de Guam. Los supervivientes, unos 70 soldados americanos, fueron enviados a campos de concentración en China, donde permanecerían hasta el final de la Segunda Guerra Mundial; y los demás, 98 civiles, fueron forzados a construir búnkeres en la isla de Wake para los japoneses, hasta que en 1943 fueron ejecutados cruelmente.

La madrugada del día 11 de diciembre embarcamos con destino a Wake, que distaba de Guam unos 2.500 kilómetros.

A bordo había 141 personas, de las cuales 97 eran viajeros. El resto lo componían veteranos de la guerra, algunos militares y un superviviente chamorro de 90 años de edad.

Había tantos viajeros asombrosos en ese viaje a Wake que era imposible, siquiera, cruzar unas palabras con todos, así que tuve que conformarme con los que me tropezara al azar.

Al aterrizar en Wake varios viajeros se emocionaron y se apresuraron a besar el suelo. Estaban jubilosos, exultantes. Habían estado esperando ese momento 21 años. Wake representaba para ellos el último territorio de las listas de sus clubes; para ellos era el Santo Grial y no cabían en su alborozo.

En el aeropuerto nos estamparon un sello de la isla de Wake en el pasaporte. Allí había un pequeño pero curioso museo, una oficina de Correos y una tienda donde se vendían suvenires de la isla, como camisetas con el mapa de Wake, donde aparecía junto a otras dos islas vecinas: Wilkes y Peale.

Uno de los vendedores era un soldado de Puerto Rico y hablaba el español. Haciendo uso de la familiaridad que otorga hablar la misma lengua materna, le pregunté confidencialmente si en Wake se albergaban misiles.

Y él me contó que uno de los principales objetivos de la base de Wake es controlar los barcos que entran y salen de Corea del Norte para ver si transportan cargamento militar.

Observé que por toda la isla los letreros estaban en inglés y en tailandés, pues los trabajos de mantenimiento y limpieza de la isla corrían a cargo de inmigrantes tailandeses.

El total de la población de la isla, incluidos soldados y obreros, ascendía a 300 personas.

La isla era tropical, virgen, insólita, bella. Nos proporcionaron dos autobuses para explorar los apenas cinco kilómetros cuadrados de su superficie, y visitamos junto a un guía los lugares más históricos de ella, como la Playa de la Invasión, la capilla, o una roca donde uno de los 98 prisioneros ejecutados por los japoneses en 1943 tuvo tiempo de grabar ‘98 US PW 5-10-43’ antes de morir. Y finalmente descansamos en el único bar de la isla, el legendario Drifter’s Reef, donde nos servirían un almuerzo. Las cervezas solo costaban dos dólares americanos y los camareros eran tailandeses.

La visita fue didáctica, pero me decepcionó que allí nada recordara a Mendaña, el descubridor de Wake, ni al nombre original de la isla: San Francisco.

Por la tarde hubo una ceremonia para conmemorar el 68 aniversario de la invasión japonesa. Por la noche volamos de regreso a Guam. Había sido un día maravilloso en todos los sentidos. Me sentía regocijado por todo cuanto habían visto mis ojos, aprendido mi mente, alimentado mi alma, y por los viajeros tan extraordinarios que había conocido.

En 1941 los japoneses atacaron Wake y dos semanas más tarde la invadieron
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