«Cuando entras al albergue te das cuenta de que apenas podías moverte por el frío»

La Fundació Bonanit dio cobijo el año pasado a casi 400 personas sin hogar. Entre los atendidos hay quienes, pese a tener ingresos, no consiguen acceder a una vivienda

26 enero 2023 13:47 | Actualizado a 26 enero 2023 13:55
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La historia de Juan (49 años) es la demostración de cómo en un solo día se puede desencadenar una situación en la que cualquiera puede terminar sin un techo donde cobijarse. Para él ese día fue cuando sufrió un ataque de pánico en medio del cual renunció a su empleo (llevaba allí 8 años trabajando). Desde la pandemia su salud mental estaba afectada. A aquel día crucial le siguieron otros peores, incluidos varios intentos de suicidio. «Estoy aquí porque lo médicos me salvaron» dice. Estuvo un tiempo ingresado en el Institut Pere Mata. Aquello pasó en 2021 y cuando se quedó sin ingresos, su madre era la única que le ayudaba. La mujer falleció en diciembre del año pasado.

A Juan lo encontramos en el albergue de la Fundació Bonanit, en la Plaça de las Peixateries Velles, donde pasará quince días (el período durante el cual se suele dar alojamiento). Agradece poder dormir aquí justamente en estos días en que han bajado tanto las temperaturas. Cuenta que estar expuesto al frío todo el día y la noche le deja las articulaciones entumecidas. «Cuando entras al albergue te das cuenta de que apenas podías moverte, que subir las escaleras hasta el segundo piso se te hace una montaña», recuerda.

Juan es técnico en electrónica con especialidad en informática. Aunque ahora le cuesta mantener la atención, va cada día a la biblioteca pública a calentarse y a leer la prensa. Dice que le han propuesto tramitar alguna prestación (tiene un 35% de discapacidad reconocida). «Pero yo no quiero ayudas, yo lo que quiero es trabajar», defiende.

Casos en aumento

La Fundació Bonanit acogió el año pasado a 395 personas en el albergue de la Casa de Sant Auguri, cedido por la Fundació Obra Pía Montserrat. La mayoría de los atendidos, el 93,42%, eran hombres. Aunque en los primeros meses del año las restricciones que imponía la pandemia moderaron la demanda, a mediados de año las pernoctaciones comenzaron a subir hasta alcanzar cifras similares a las de antes de la Covid. En total a lo largo del año fueron 4.416 en el albergue y 988 en la pensión Alhambra, donde amplían el servicio cuando no quedan camas. Josep Maria Carreto, director de la fundación, explica que por lo poco que llevan de este año ya saben que la demanda aumentará.

Vivienda inaccesible

Una de las claves del problema está en los precios que hacen inaccesible la vivienda. Se da la circunstancia de que cada vez acogen a más personas que cobran alguna ayuda o pensión, pero con ella no pueden permitirse pagar un lugar donde vivir.

Se trata de una circunstancia de la que también hay quien se aprovecha. Los voluntarios de la fundación señalan que conocen varios casos de estafas en que las personas tienen que adelantar el dinero por una habitación subarrendada de la que después nadie responde. Hay, incluso, quien recibe unas llaves que luego no funcionan.

A Ángel, de 65 años, originario del País Vasco, le timaron por la misma técnica en Zaragoza y pese a que lo denunció la policía local de aquella ciudad no consiguió dar con los responsables.

A Ángel también lo conocemos en el albergue. Desde hace años sobrevive «trabajando a lo que salga» y está a la espera de poder cobrar la pensión de jubilación y conseguir donde vivir y estabilizar su situación. Utiliza un bastón para ayudarse a caminar. «La calle es muy dura», reconoce.

En cuanto a la procedencia de las personas atendidas por la fundación el año pasado, la mitad son nacidas en el estado español: 28,6% en Catalunya y 21,51% en el resto de España.

La otra mitad han nacido en el extranjero y entre ellos destaca el 23,80% de marroquíes y el 8,35% de latinoamericanos.

Teresa Beá, responsable, entre otras cosas, de la recepción de estas personas, explica que recientemente han comenzado a recibir también a personas de Georgia, un país que no está en guerra pero donde arrecia la persecución política. Uno de los casos más llamativos, en noviembre pasado, fue el de una pareja con una niña de un año. Hasta enero estuvieron alojados a cargo de la fundación en la pensión Al.hambra. Necesitaban una cita en la policía para poder entrar en el programa de demandantes de asilo y solo podían obtenerla por internet, algo que no fue sencillo lo que les dejó en la calle. «Nos comunicábamos con el traductor del móvil», recuerda Beá quien explica que hay casos como éste «que no encajan en ninguna parte». Recientemente ha llegado otra mujer del mismo país con su hija de nueve años.

En lo que sí han notado un cambio es en el grupo de los jóvenes que llegaron a España como menores no acompañados, siguen pidiendo alojamiento pero son muchos menos.

Además del albergue, la fundación consiguió, en base a donativos poder albergar en tres pisos a tres familias ucranianas que siguen en la ciudad. A ellas hay que sumar otras diez familias con hijos menores en otros diez pisos en colaboración con entidades privadas y la Agència de l’Habitatge de Catalunya. Muchas son familias numerosas sin un colchón económico o social.

Las actividades de la fundación cuentan con subvenciones del Ayuntamiento de Tarragona, la Diputació, empresas, asociaciones y particulares).

Abdoulay (35 años, nacido enGambia) apunta que el albergue es mucho más que un sitio donde dormir. Lo dice no solo proque por la mañana reciben el desayuno en el café ‘Esmorzar i caliu’ que gestiona Caritas Interparroquial en el mismo edificio y por la acogida que hacen los martes y jueves por la tarde, sino por los ratos de compañía.

Aquí todos le saludan cariñosamente. En su caso está esperando a recibir un pensión por discapacidad; tiene esquizofrenia paranoide. Los problemas de salud mental, destaca la memoria de la fundación, están a la orden del día entre quienes viven en la calle.

Justamente la falta de espacios donde estar durante el día es una de las cosas que más echan de menos. La mayoría no conoce todavía el centro de día que han abierto el Ayuntamiento de Tarragona y Creu Roja en la calle Smith y que da servicio tres días a la semana. En estos días de frío el periplo de la mayoría pasa por la Biblioteca pública, así que el peor día es el domingo cuando el equipamiento no abre.

Creen que a la operación Iglú que se pone en marcha estos días de frío es una buena iniciativa, pero habría que repensarla y comenzar a ofrecer alojamiento a quienes están en la calle por la tarde. «Cuando llegan a la una de la madrugada ya me he congelado o he conseguido un poco de calor para quedarme dormido», dice Juan.

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