Najat Driouech: «Los ataques son mi combustible, así sé que debo estar aquí»

Sociedad. Najat Driouech, primera diputada musulmana en el Parlament, habla del reto de vivir entre dos culturas, del velo, la discriminación y el papel igualador de la escuela

19 febrero 2022 07:40 | Actualizado a 19 febrero 2022 12:16
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Najat Driouech Ben Moussa nació en Asilah, «una ciudad costera muy pequeña al norte de Marruecos», desde donde llegó por reagrupación familiar a su pueblo, El Masnou, con nueve años. Es diputada del Parlament (ERC) desde 2018, cuando se convirtió en la primera mujer musulmana en ocupar un puesto de representación en la cámara catalana.

A los que la acompañan en sus visitas a escuelas e institutos ya no les sorprende tanto que los alumnos de origen marroquí la reconozcan. Pasó también en su reciente visita a Tarragona, donde estuvo en un instituto; se reunió con un grupo de jóvenes; con un despacho especializado en inmigración...

Es licenciada en filología árabe, diplomada en trabajo social, máster en construcción de nuevas identidades culturales, posgrado en inmigración, identidad y religiones, tiene el Certificado de Aptitud Pedagógica, CAP... Pero aclara que nada de eso habría sido posible sin la escuela pública ni el apoyo de su madre, Malika, que quería que tuviera los estudios que ella no tuvo, y de su barrio. «Para mí la escuela fue el único espacio que me permitió la igualdad desde las nueve de la mañana a las cinco de la tarde. Eso es poderosos para niños y niñas que tienen muchísimas necesidades y que viven en la dualidad cultural».

De ser la ‘mona’ a ser la ‘mora’

«Fuimos la generación del ‘mira qué monos’, porque éramos cuatro familias en un pueblo de 22.000 habitantes, éramos la novedad», recuerda.

Las cosas, no obstante, cambiaron cuando llegó al instituto. Se estaba implantando la ESO y en el primer trimestre solo aprobaron otra niña y ella. «Dejé de ser la ‘mona’ para ser la ‘mora’... Y te pegan por haber aprobado. En ese momento ves dos opciones: ‘me voy a mi casa porque esta gente me está diciendo que este no es mi lugar’ o dices ‘continúo’». Y, carambolas de la vida, uno de los que le pegó se convirtió en su alumno cuando trabajó como profesora.

Era consciente de que al entrar en política la exposición a la crítica iba a ser mayor, pero viene entrenada. «Los ataques para mí son combustible, así sé por qué debo estar aquí. Me digo: ‘nena, tienes mucho trabajo por hacer». No quiere que sus hijos (tiene tres de 12, 9 y 3 años) «sufran ni la mitad de lo que he sufrido yo».

Cuenta que durante años estuvo negándose a entrar en política, pero su familia fue la que le dio el empujón, la que le hizo ver que debía hacer lo que predicaba a sus alumnos del máster: ponerse al frente, hablar con su propia voz.

No, la política no compensa

Le preguntamos si lo de la política compensa y se le escapa la risa. «Voy a ser muy honesta, a nivel personal compensar no compensa. Yo era una mujer feliz, tenía un trabajo que me encantaba como responsable de ocupación de mi pueblo, con un horario... Y por las tardes tenía tiempo para dar clases en la universidad o para ir a dar charlas sobre inclusión social allí donde me llamaran, era igual si eran unos vecinos de Mollet que el Parlamento Europeo».

Elude decir si hay cosas que la hayan decepcionado y prefiere insistir en el hecho de que es «una oportunidad muy grande» para dar visibilidad a las minorías; es consciente de que se está constituyendo en un referente. Pero sabe del peligro que eso tiene, «lo tenemos que acompañar de un trabajo real, no somos una imagen, no estamos aquí para hacer bonito».

Aunque la política no es, ni mucho menos, el único sitio donde faltan referentes. «Es importante que tengas una profe que se te parezca o una actriz que no siempre haga de mujer maltratada analfabeta. Puedes tener una que haga de abogada, sea catalana y se llame Sukaina... Y deberías verte reflejada en la administración, que es enorme, en la próxima promoción de los Mossos...».

Barreras visibles e invisibles

Reconoce que contar con referentes es importante, pero no lo único. En ciudades como Tarragona, donde hay segregación residencial y escolar (las personas migrantes se concentran en los mismos barrios y estudian en las mismas escuelas), admite que «hay barreras visibles, que impiden que el niño se empodere y sienta que forma parte de la ciudad».

Pero «también tienes las barreras invisibles, en el barrio tienes tu microespacio. Tienes la cultura pero también el control del barrio... No todos los niños y las niñas tienen la fortaleza mental para equilibrar las dos culturas y construirse una identidad propia teniendo en cuenta los valores importantes de cada una».

Dice que hace años hablábamos de «ellos y nosotros» y aunque parecía que se había superado la barrera vuelve a ser evidente «y es una culpa compartida, de parte y parte», señala. Ella misma tuvo su crisis de identidad con 27 años, cuando murió su abuela paterna, con quien tenía una conexión muy fuerte. Embarazada de su primer hijo, ya tenía dos carreras y estaba haciendo el doctorado. «Comencé a preguntarme: ‘¿quién eres?’, ‘¿quieres creer?’, ‘¿en qué quieres creer?’... y me dije: ‘quiero ser musulmana practicante’. Ni mi familia ni mi pareja lo entendieron».

Muy cómodos con VOX

Le preguntamos si cree que las circunstancias que se han derivado de la llegada de menores no acompañados han exacerbado el racismo y cree que no, que siempre ha estado allí.

«Los mismos que te llamaban ‘mora de mierda’ en el instituto y te escupían, hoy llevan traje y se sienten muy fuertes y muy cómodos con VOX... Han estado silenciados mucho tiempo. No es que se han hecho racistas, solo que ahora están legitimados y tienen una cobertura brutal en los medios. Ya no tienen complejos... Tenemos que preguntarnos qué hemos hecho tan mal que tenemos once diputados de extrema derecha en el Parlament. En las municipales lo pagaremos».

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