El 12-O más masivo bajo la sombra de la crisis catalana

El desfile en el que participaron militares y policías –éstos, por primera vez– se convirtió en un homenaje a los agentes desplegados en Catalunya contra el órdago independentista

13 octubre 2017 06:47 | Actualizado a 17 octubre 2017 12:27
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Fue un desfile del 12 de octubre diferente. No solo por el hecho de que el Ministerio de Defensa hubiera cambiado el recorrido y hubiera situado esta vez la tribuna de autoridades en lo más alto del Paseo de la Castellana, en una zona bastante alejada del centro. Fue la parada militar con más asistencia de público. Decenas de miles de personas se congregaron a lo largo de los 1,8 kilómetros del nuevo recorrido. Más banderas rojigualdas que nunca, más niños y adolescentes que nunca, más proclamas que nunca. Y más corrillos que nunca, casi todos con un argumento único: la crisis catalana.             

El órdago secesionista logró inundarlo prácticamente todo. No porque hubiera gran número de carteles o pancartas contra la autodeterminación o a favor de la unidad española –alguno hubo–. Tampoco porque los presentes corearan de manera recurrente consignas contra los líderes independentistas, aunque desde luego los gritos de «¡Puigdemont, a prisión!» se dejaron oír. No. La presencia de la preocupación en las calles por la situación en Catalunya en el acto central de la celebración del día nacional fue más sutil pero estuvo muy presente.             

Sobre todo, durante el homenaje espontáneo y repetido que durante horas miles de gargantas tributaron a los agentes de la Policía Nacional (que por primera vez participan en la parada del 12-O) y la Guardia Civil, quienes robaron a los militares el protagonismo en uno de sus actos más importantes del año.

Las estrellas, los policías 

Como si de un concierto de rock se tratara, la simple aparición de una ‘lechera’ de los antidisturbios de la Policía de patrulla (fuera del desfile) o el saludo de algún guardia civil de uniforme desataba el delirio y los gritos de «¡No estáis solos!» como tributo a los más de 12.000 funcionarios del cuerpos de seguridad del Estado desplazados a Catalunya en el marco de la ‘operación Copérnico’.

En todos los corrillos había un argumento único: la crisis de Catalunya

Algo parecido ocurrió en la parada militar cuando los vítores a los vehículos de las fuerzas de seguridad eclipsaron a los blindados de última generación. Incluso, el vuelo de tres simples helicópteros de la Guardia Civil y de la Policía provocaron más aplausos que los espectaculares cazas y bombarderos del Ejército del Aire. 

Durante la hora en que los casi 4.000 uniformados desfilaron no cesaron los gritos de «¡Viva España!» y el futbolístico «¡Yo soy español, español!». No hubo lemas catalanófobos. Ni un «¡A por ellos!», como se escuchó hace días en las despedidas de los agentes trasladados a Catalunya. Tampoco hubo presencia visible de ultras. La inmensa mayoría de las enseñas nacionales eran constitucionales. Y hubo miles. 
También la gente

Catalunya fue objeto de debate prioritario incluso entre los centenares de extranjeros que se acercaron a la Castellana, como Ying Ji, una estudiante de Nutrición en Barcelona, de visita a Madrid con su hermana y su madre, recién llegadas de la ciudad china de Han Dan. «Antes de venir a España jamás había oído hablar de Catalunya, ahora no paro de escuchar el problema. ¿Es grave, no?», preguntaba mientras agitaba una bandera española que compró a un vendedor ambulante paquistaní.

También de Barcelona llegó Juan Antonio Pacheco, un empresario inmobiliario que aprovechó su visita a Madrid al máximo: trasladó varias de sus sociedades a la ciudad el miércoles, vio el desfile y aprovechó la parada militar para hacer pública su protesta con un cartel reclamando a Rajoy acción para frenar a los «golpistas» de Catalunya.

No muy lejos, Jorge, un policía nacional libre de servicio, y su mujer, Marta, se convertían en el centro de atención. Junto a sus dos hijos lucían unas camisetas azules de la Policía y, en ciertos momentos, hubo cola para estrecharles la mano.             

«Ya basta de avergonzarnos de nuestra bandera», clamaba orgullosa Ana Delgado mientras hacía cola con tres niños para hacerse con más rojigualdas para sus hijos. Ayer en el paseo de la Castellana fue el día en que los pequeños se divirtieron con las banderas mientras los mayores pensaban en el «lío de Catalunya».       

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