La vida en pausa en Tarragona

Toda la provincia, desde la capital hasta los municipos más pequeños, vive sumida en un extrañísimo fin de semana. La rutina se ha sumido en un ‘standby’ marcado por el estado de alarma, el confinamiento, la limitación a la movilidad y el creciente caos en los supermercados y tiendas de alimentación, entre los pocos comercios que quedan abiertos. Son las limitaciones más extremas que culminan una semana en la que, en una escalada de prohibiciones, ya se habían ido cayendo los actos y desplomándose la actividad: desde el cierre de centros educativos a los restaurantes, pasando por la vida en los tribunales, el transporte, la cultura o los espacios públicos. Incluso el Arquebisbat y autoridades de otras confesiones religiosas han cancelado celebraciones.

Tarragona vive en una pausa inquietante, con poca gente en las calles –más allá de la aglomeración del súper–, escasez de vehículos por las carreteras, establecimientos anunciando su cierre y zonas acordonadas para que no accedan personas; medidas obligadas para intentar contener el avance del COVID-19 mientras la economía tarraconense tiembla de miedo: el sector turístico sufre una espiral de cancelaciones –en parte, de eventos deportivos– y se encamina hacia una Semana Santa aciaga que debía dar el pistoletazo de salida a la temporada alta. La sombra de los ERE temporales se cierne sobre parte del tejido empresarial, con afectación sobre pymes y autónomos pero también sobre compañías más grandes.

La duración de este insólito estado de alarma y la dureza de las restricciones dictaminarán el alcance de las consecuencias.