Nos van los tragos fuertes

No puede haber un referéndum si el juego no es limpio y sin los argumentos claros

19 mayo 2017 17:22 | Actualizado a 21 mayo 2017 15:46
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Me invita alguien que es alguien del tan criticado pero deseado Diari de Tarragona, que escriba desde mi condición de ‘catalanocharnego’ un artículo con ¿Por qué el proceso soberanista está muerto? por título.

Mientras lo escribía estos días, ha caído una bomba: la victoria de un hipernacionalista americano, Trump, el primer mandatario del primer imperio del mundo. En principio, me viene la voz de James Joyce: «la historia es una pesadilla de la cual me trato de despertar». Cuánto se parecen aquellas primeras décadas del siglo XX a las del actual, sobre todo a la extremización después de crisis económicas. Que Dios, si existe, nos coja confesados. Parece que a los seres humanos nos van los tragos fuertes y el maniqueísmo de blanco o negro, o guapo o feo. Ya veremos.

Después del minuto de silencio, no hago caso al título propuesto pues pienso que el barco del proceso soberanista está vivo, muy vivo, en Catalunya y avanza en lo que los marineros llamarían ‘la tormenta perfecta’: problemas económicos en occidente, aumento de la desigualdad y precariedad, agitaciones en el Mediterráneo, problemas de financiación y sostenibilidad del sistema público –y privado–, centralismo, partidismo, un nuevo estatuto de autonomía que se resolvió mal –agentes poderosos encarnados en un sospechoso Tribunal Constitucional intervinieron–, y otros factores. Una guerra de guerrillas continúa en alta o bajamar sin tierra ni islas utopía ni playas a la vista. Comandan dos patrones que no es que no negocien sino que ni siquiera dialogan: me refiero al gobierno español y al gobierno catalán. Lo de ‘la falta de diálogo’ suena ya a tópico pero es hecho cierto. Si lo hay, es parecido al de ‘la cantante calva’ de Ionesco, los personajes hablan entre ellos pero sin conexión.

Y la clase oyente de tropa –entre la que me incluyo–, compuesto por cuerpos diversos pero reales y tangibles al que le cuesta llegar no a final de mes sino a final del día, mira muy pesimista una parte, cabreada otra e ilusionada mucha en el gran salto adelante predicado por grandes timoneles (es lo que percibo en el medio humano de la ya no tan dolça Catalunya). «Si ya se ha dicho todo ¿ahora qué?», se preguntaba en este mismo diario un opinador.

Pues ahora, dirían los menos creyentes, «si Dios existe, que nos coja confesados». Pues ahora, dirían los más apocalípticos, «el choque es inevitable». Parece una tragedia en la que los personajes se ven arrastrados a un destino fatal. Quiero creer y apelar a lo que nos resta de sensibilidad y cordura.

Separar un país no es cuestión ni de meses ni de años. Hoy pareciera que todo puede ser y ha de ser muy veloz. Dominamos las máquinas, pues somos pilotos inmortales. Las potentes imágenes de las últimas manifestaciones del 11 de Setembre hicieron pensar a algunos o muchos que era fácil o ha de serlo, que la Historia se puede revolucionar sin sangre. Eslógans publicitarios aparecieron poco después en los autobuses: ‘volem un país que llegeixi, que cuidi els seus rius…’. Con todo mi respeto a los buenos deseos, yo me autopreguntaba: ¿es que tenemos que esperar a que un país se independice para ser cultivado o hacer lo que tiene que hacer?

El poeta T. S. Eliot decía que «el futuro es ahora». Me vale el verso pues no podemos esperar a un futuro incierto. Hemos de expresar aquí y ahora si queremos o no vivir juntos, si queremos gobernar y ser gobernados de una manera u otra, si estamos dispuestos a pagar el coste de la separación o la unión, si queremos una nación de naciones federal –mi opción– o seguir con el actual estado de las autonomías o directamente segregarnos. La expresión aunque diversa ha de ser consensuada por una mayoría que se llama Pueblo, y este ha de estar informado y no infoxicado ante los kilos y kilos de propaganda, miedo, mediasverdades y engañosos romanticismos.

Por concretar, no puede haber un referéndum si el juego no es limpio y cifras y argumentos no son claros, no podemos dejarlo todo en manos de legisladores. El Estado de Derecho, si es democrático, no solo lo determinan mandamases, técnicos, propagandistas y profesionales de la cosa pública. Atrevámonos a pensar, a soñar con corazón y cabeza, a empoderarnos. En estos últimos meses he realizado una particular encuesta a personas que trabajan o investigan la materia política y legal. «¿Qué porcentaje de síes en un referéndum se necesitarían para la independencia de Catalunya». La pregunta es concreta, muy concreta. Pues no han sabido contestármela ni ex cathedra ni exbufete. He buscado las recomendaciones del Consejo de Europa y tampoco son claras.

No se me olvidan las declaraciones de Octavio Paz cuando se derribó el Muro de Berlín: «Las respuestas han fallado, las grandes preguntas continúan». No considero que problemas, logros y aspiraciones de la patria humana se resuelvan ni en la tierra prometida, ni en un solo parlamento, ni en unos límites territoriales o nacionales, ni tampoco en un consejo ejecutivo internacional. Es factible remar y pensar a la vez. Llevamos siglos haciéndolo y luchando para tirar tanto equipaje por la borda ante tanto error y horror. Nos jugamos la justicia, y la supervivencia.

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