Viaje al origen de todo

En Molenbeek se han fraguado todos los últimos atentados yihadistas y bajo los suelos discurre una corriente de radicalización que, según diversos expertos, está más allá del control de la Policía

19 mayo 2017 19:51 | Actualizado a 21 mayo 2017 21:21
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Antes de ir a matarse, vendieron el bar. Muertos, ya no lo iban a necesitar y así conseguirían algo de dinero para los gastos. El 30 de septiembre de 2015, Ibrahim y Salah Abdeslam traspasaron el bar Les Beguines, en la calle del mismo nombre de Molenbeek, el avispero de los radicales en la aparentemente tranquila Bruselas. Un mes después, uno de ellos se inmoló en la sala Bataclán y el otro se dio a la fuga hasta que lo detuvieron el viernes de la pasada semana a unos cuantos cientos de metros de ese bar.

Carteles de refresco, maderas en las ventanas, cristales polvorientos... El local abandonado es el recuerdo de una pesadilla. Allí dentro, los hermanos Abdeslam tramaron el horror que se desató en París el 13 de noviembre.

Los vecinos tenían los ojos cansados de verlos a la caída de la tarde, bebiendo, fumando porros apoyados en el muro de ladrillo rojo, pasando droga. En esa misma esquina, hoy vacía y abandonada, se dieron la mano dos mundos que parecían irreconciliables: el de la noche, las copas y la droga, y el del radicalismo.

Unos tipos para los que el paraíso es una partida de playstation, dos botellas de ginebra, costo para vender y unas rayas de coca, terminaron disparando al público de un concierto en nombre de la ‘verdadera’ religión de Alá. Parecía imposible, y pasó.

‘Cerrado por menudeo’

Prueba de que el lugar era uno de los centros de menudeo del barrio es una nota de la Policía que aún permanece en la puerta que cerró el local el 5 de noviembre por tráfico de drogas. Lo que pasó una semana después lo condenó para siempre. Les Beguines no volverá a abrir nunca.

Mohammed (nombre falso) es educador social en ese barrio y conoce los mecanismos de tan extraño acuerdo. «Los reclutadores vienen aquí, les ofrecen cosas, dinero, un coche, doce o quince mil euros y les juran que van a cambiar su mundo. Así caen en sus redes. Los buscan entre los chavales que no tienen vida. Ellos se la ofrecen y terminan haciendo cualquier cosa. No busque a los siguientes terroristas entre los que llevan chilaba. Ahora visten chándal, zapatillas de Adidas de último modelo y gorras caras».

–¿Y los vecinos no ven nada raro?

– Claro que lo ven, pero tienen miedo. Hay represalias.

Esa esquina en Molenbeek es ahora un lugar maldito. El barrio entero está maldito. Bélgica es el país que proporcionalmente ha enviado más yihadistas a Siria. Se calcula que medio millar han viajado a luchar junto al Estado Islámico y no se sabe cuántos han vuelto y esperan a cometer un atentado. Casi todos salieron de allí.

El atentado en el Museo Judío de Bélgica, los ataques de París... En Molenbeek se han fraguado todos los últimos atentados yihadistas y bajo los suelos discurre una corriente de radicalización que según diversos expertos, está más allá del control de la Policía. La burocracia, la descoordinación entre las fuerzas de seguridad y cierta permisividad hacia discursos radicales han creado un monstruo que nadie sabe cómo parar.

Y sin embargo, Molenbeek sigue siendo un barrio normal: hay paro (35%), pero no más que en Cádiz. También vive la mitad de la población de origen árabe, pero en otros barrios europeos también hay población musulmana y no se han convertido en un nido de yihadistas. Algunas calles no son un buen lugar para pasear a medianoche, pero lo mismo sucede en otros barrios de Madrid, París o Roma. «Esto no es un gueto», dice Mohammed.

Nadie ve nada

Nadie se explica cómo la policía tardó cuatro meses en tirar abajo la puerta del número del 79 de la calle Quattre Vents, donde se escondía hasta el viernes de la semana pasada Salah Abdeslam, el hombre más buscado de Europa desde que huyera de París tras los atentados.

En el barrio nadie ha visto nada. Hasta los niños se esconden detrás de las pantallas de sus consolas para no mirar a los reporteros. El otro día agredieron a un equipo de una tele francesa. «No les gusta que se diga que aquí se celebran o justifican los atentados. No quieren que salga su cara asociada a los terroristas y temen que sus casas se devalúen. Este barrio es un lugar prohibido para muchos. Molenbeek tiene vergüenza de lo que pasa».

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