Y Gemma lo bordó

Mar Blau Brodats, en Tarragona, se consolida como referente en el bordado de logotipos para ropa laboral

19 mayo 2017 16:17 | Actualizado a 24 diciembre 2019 23:20
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Hace nueve años, Gemma Moragues (41 años, Reus) dijo basta de viajar. No había semana en la que no le tocase dormir alguna noche (o casi todas) en Galicia, Mallorca, Tenerife o Madrid. Trabajaba como consultora de Recursos Humanos para una empresa de software. Viajaba por toda España. Hasta que se hartó. Dejó su empleo y decidió montar algo por su cuenta.

En el Carrer del Mar de Tarragona nació Mar Blau Brodats en el año 2007, justo a punto de arrancar la Gran Recesión, con un crédito ICO y sin indemnizaciones por despido ni capitalizaciones del paro. Porque Gemma lo dejó todo para emprender en un sector en el que no tenía ni experiencia ni tradición familiar, pero que un día conoció y le inspiró. «Me lancé a la piscina», rememora.

Con los 36.000 euros del crédito, justo al filo de que se cerrase el grifo de la liquidez bancaria, compró su primera máquina. Logotipos de empresas en sudaderas, polos, chaquetas, pantalones, gorras y cualquier ropa laboral que se pueda imaginar empezaron a entrar en su pequeño taller, hasta copar hoy más del 90% de su trabajo. El resto son encargos de particulares (un nombre en una bata escolar, unas iniciales en una camisa), entre los que sobresalen los clubs de moteros.

Hace poco entregó unos parches a los Cheyennes de Valls, para coser en sus chaquetas de cuero de motero. Cada parche les salió a unos 20 euros. Ni caro ni barato. El rango de precios para un bordado encargado por un particular va de los 1,5 euros a los 35 euros. La programación se cobra aparte. Entre 10 y 40 euros, según la complejidad. Una imagen digital con buena resolución, sin degradados, sombreados o filigranas, basta para programar el bordado.

Programar bordados

¿Programación? Ahí está la clave de cómo alguien salta de la consultoría en el sector del software al bordado industrial de prendas, y encima con éxito. «Siempre me habían gustado mucho los trabajos manuales –explica Gemma–, y bordar tiene mucho de informática. Yo programo todos mis bordados: al final, la máquina hace lo que tú le dices que tiene que hacer».

Programar es un arte. Marca la diferencia entre un buen y un mal bordado. Y Gemma lo borda. Cuenta que tiene más de medio millar de logotipos e insignias programados. Algunos, de empresas que ya han cerrado. Pero los guarda todos a buen recaudo en sus copias de seguridad del ordenador. Nunca se sabe cuándo alguien puede rescatar una marca. Si llega el momento, ahí estará ella, con su fichero listo para bordar.

Programar es también un servicio, y si el cliente lo solicita, Gemma le facilita una copia del fichero. Son ficheros abiertos, que podrá usar en cualquier máquina de bordado industrial. También en las de la competencia. Aunque no hay muchas por ahí. Mar Blau Brodats es una de las pocas empresas que se dedican a esto en Catalunya.

Hace tres años, Gemma tuvo que contratar a una trabajadora. Ella sola no alcanzaba. Un año más tarde se trasladaba hasta la calle Reial de Tarragona, a un taller el doble de grande, donde pasó de una a tres máquinas. De media, producen más de 7.000 bordados al mes. No le va mal.

¿Seguir creciendo? Podría. Pero cuenta Gemma que, si tomó la decisión profesional que tomó en su vida, fue por un motivo: «Quiero tiempo para poder hacerlo todo. Trabajar y estar con mis hijos. Si tienes tiempo, un sueldo y no debes nada a nadie, para mí es el objetivo principal».

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