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    2023, año electoral

    07 enero 2023 20:23 | Actualizado a 08 enero 2023 07:00
    Dánel Arzamendi
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    La maquinaria electoral de nuestros partidos trabajará a destajo durante los próximos meses, teniendo en cuenta la cita con las urnas del próximo 28 de mayo (una convocatoria de ámbito eminentemente local, pero también autonómico en numerosas comunidades) así como los comicios generales que se celebrarán, como muy tarde, el 10 de diciembre.

    Analizando el panorama cronológicamente, las elecciones de primavera tendrán para nosotros un carácter exclusivamente municipal, y si ponemos el foco en Tarragona capital, las encuestas auguran una victoria clara pero no abrumadora de los socialistas. En un contexto caracterizado por la práctica ausencia de mayorías absolutas, fruto de la atomización política, resulta tan importante lograr un buen resultado como haber trabajado previamente cierta complicidad con las formaciones que podrían acabar siendo necesarias para sumar la mitad más uno de los escaños. De hecho, el PSC se las prometía muy felices tras su triunfo local en 2019, pero finalmente los comunes se decantaron por la candidatura republicana y Ballesteros quedó apeado de la alcaldía. No es fácil prever cuál será su preferencia en esta ocasión, teniendo en cuenta las guerras fratricidas y el caos interno en el que vive inmerso desde hace años el batiburrillo podemita, aunque tampoco es seguro que su apoyo vaya a ser imprescindible para conquistar la plaza de la Font. Todo por dilucidar.

    En cualquier caso, mi percepción estrictamente personal sobre la temperatura política local me lleva a pensar que en mayo viviremos una de las jornadas electorales con menor entusiasmo desde hace décadas. Desconozco si ustedes están viviendo esta misma experiencia, pero suelo conversar frecuentemente con amigos abiertamente alineados con siglas muy variopintas, incluyendo cargos electos de diferentes partidos (conservadores, progresistas, independentistas, autonomistas...) y las sensaciones que transmiten casi todos ellos comparten la misma falta de ilusión por el cartel electoral que presentarán a la ciudadanía. Hay miradas que lo dicen todo, y veo muchos ojos que reconocen: «ya sé que no es para echar cohetes, pero es lo mejor que tenemos en estos momentos». Aun así, supongo que este fenómeno apenas afectará a la participación, por el enorme peso que sigue teniendo la papeleta orientada más a descartar que a designar, pero sospecho que una votación genuinamente en positivo arrojaría una abstención transversal para echarnos a temblar.

    Mi percepción sobre la temperatura política local me lleva a pensar que en mayo viviremos una de las jornadas electorales con menor entusiasmo en décadas

    Paralelamente, aunque los comicios de primavera no tienen trascendencia autonómica en nuestro caso, el hecho de que esta convocatoria sí lo tenga en otras muchas comunidades le confiere un interés indudable, en cuanto termómetro que permitirá sondear las tendencias a nivel estatal de cara a las elecciones generales. Sin duda, los comicios autonómicos reflejan de forma más certera la simpatía genérica por las siglas en abstracto que los procesos de ámbito exclusivamente local, donde el perfil personal del candidato sigue conservando un impacto directo incuestionable.

    Al margen de la importancia de esta cita, lo verdaderamente relevante llegará entre finales de noviembre y principios de diciembre, cuando debamos acudir a los colegios electorales para elegir a los miembros del Congreso, que tienen en sus manos el nombramiento del futuro presidente del Gobierno. Salvo que Pedro Sánchez decida anticipar las elecciones, tendremos que esperar diez meses para saber si se produce el cambio de gobierno que algunas encuestas pronostican (aunque, siendo las diferencias tan ajustadas como se prevé, también es posible que volvamos a enzarzarnos en un interminable proceso negociador como el que padecimos hace ya unos años). Son muchas las dudas que quedarán resultas tras el escrutinio.

    Por lo que se refiere al PSOE, está por ver cuál será el impacto que tendrán entre sus bases las recurrentes y trascendentes cesiones a independentistas y podemitas. Algunos acuerdos con ERC han levantado ampollas entre la militancia socialista y determinadas iniciativas impulsadas por los morados y asumidas como propias por el gobierno tienen desconcertado al sector más centrado del partido. En este punto, me atrevo a dejar por escrito un pronóstico: apuesto pintxo de tortilla y caña a que, el día que Pedro Sánchez caiga, caerá con estrépito incluso entre los suyos. Muchos de sus correligionarios, que hoy aplauden al líder por ser el líder, renegarán de su legado y eliminarán cualquier recuerdo de esta etapa, como algunos faraones ordenaban borrar los nombres de sus antecesores más detestados. Al tiempo.

    Supongo que este fenómeno apenas afectará a la participación, por el enorme peso que sigue teniendo la papeleta orientada más a descartar que a designar

    La próxima Navidad también sabremos si las enormes esperanzas depositadas por los populares en Alberto Núñez Feijoó se asentaban en cimientos sólidos. Si hacemos caso de las encuestas, parece evidente que el dirigente gallego ha mejorado las expectativas de sus predecesores, pero sigue lejos del vuelco que pronosticaban sus seguidores más convencidos. Es más, me temo que esta tendencia positiva se debe más a los deméritos gubernamentales que a los méritos del nuevo candidato. La clave, al igual que comentábamos antes a nivel local, se reducirá a la capacidad de pacto de unos y otros, y en este reto el PP no lo tendrá fácil, con Ciudadanos muerto y enterrado, y Vox preparado para ofrecer el abrazo del oso.

    Como última incógnita por despejar, en diciembre (incluso en mayo) también confirmaremos si el conglomerado podemita sigue los pasos del partido naranja. No desaparecerá como el proyecto del torpe Albert Ribera, obviamente, pero corre el serio peligro de verse reducido a lo que fue Izquierda Unida en su momento: una formación claramente menor, que sólo aspira a resultar decisiva en lo aritmético. En este aspecto, habrá que prestar atención a los derroteros que toma la batalla de Yolanda Díaz con el aparato del partido, y a la evolución del magma de mareas y demás fanfarria que compone este espacio tan inestable y volátil como el tiempo político que nos ha tocado vivir. Atentos a las pantallas.

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