¡Baje ese plato!

Subvencionan con la pata benéfica mientras con la otra pata se saltan los derechos humanos

19 mayo 2017 23:35 | Actualizado a 22 mayo 2017 11:34
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Hay una materia de moda en el universo empresarial conocida como Responsabilidad Social Corporativa que recuerda a Robin Hood. Bautizada por el economista norteamericano Bowen, en 1953, consiste en que las empresas deben quitar a los accionistas una porción del beneficio para entregárselo al prójimo, razonando que mejor será procurar que el mundo siga existiendo si quieres que tus nietos reciban dividendos.

La cuestión que planteo en esta Tribuna es la de si usted considera que tal contribución de las empresas en los terrenos social, laboral, educativo, humanitario o medioambiental, ha de integrarse en la legislación mediante sanciones –considerándola una verdadera obligación con el entorno en que desarrollan sus actividades–, o premiarse por tratarse de una liberalidad como dejar caer una moneda en la gorra de un mendigo.

La pobreza es una enfermedad que padece quien no la sufre, y se diagnostica por sentir dolor al ver un plato vacío y tener el tuyo lleno. Sólo ese efecto boomerang explica que esté permitido tirar maíz a las palomas en los parques o pan a los patos de los estanques, y que en Florida te encierren más tiempo en la cárcel por alimentar a un pobre que por dar un plátano a los chimpancés del zoo.

Salvo que prefiera mirar hacia otro párrafo, los dos indigentes de este artículo se han comprometido hasta que la muerte los separe, que espero sea tarde, porque a Eva la metadona le ha producido adicción a la glucosa, y Francisco está tan delgado que apenas puede abrazarla. Parece un brazo de gitano. Como entre ambos sólo reciben una pequeña ayuda del Estado, se dedican a mendigar transgrediendo las normas de urbanidad.

Ahora que, en esta carrera por pintar un mundo maravilloso, la directora general de Tráfico ha propuesto convertir las aceras en vía pública y sancionar a quienes vayan con prisa, podrán proscribir a nuestros dos protagonistas y de paso derogar las bochornosas ordenanzas municipales que sancionan la mendicidad, no tanto por tratarse de un obstáculo en el arcén, como por el conflicto moral y la violencia psíquica que produce ver pordioseros.

Desde la obra de Mahfuz, El callejón de los Milagros, en la que los mendigos pagaban para que les amputaran miembros e infundir más pena, (el traumatólogo se niega a saldar la deuda con un acreedor sacándole un ojo), hemos pasado a equipararlos con los vándalos.

Cuando hace unos días llegaron al comedor social en el que se enamoraron, pareciera que Francisco regresaba de milagro de la novela para producir mayor aflicción. Su cara, con sólo tres dientes, cantaba un poema: Habían ido a limosnear al parking de un centro comercial, territorio rumano. Primero llegó la policía municipal y tras ordenar a Eva que bajara el plato despacio, le impuso una multa de la mitad del subsidio. Y después, un rumano lo sujetó por la espalda mientras otro le ponía la cara como un mapa.

Aunque se nos ha ido la perola, recordarán que la cuestión era averiguar si la Responsabilidad Social Corporativa se trata de caridad cristiana, de arriba a abajo, o de un deber de solidaridad, hoy por ti y mañana por mí, para decidir si debe regularse mediante incentivos a los bienaventurados del Sermón de la Montaña, de Mateo, o a través de sanciones para maldecir como en Lucas, en el Discurso de la Llanura.

Respecto de las empresas multinacionales –que, como veremos en el próximo artículo, no existían cuando Adam Smith inventó el sistema capitalista–, todas cumplen recogiendo en sus memorias los logros conseguidos, pues dar publicidad de su buen corazón les produce beneficios con los consumidores responsables.

No obstante, la Directiva 2014/95/UE de 22 de octubre, sobre transparencia, advierte de la hipocresía de los que tocan trompetas en campañas corporativas alardeando de jugar limpio con el planeta que destruyen, o de quienes tomando al pie de la letra las palabras de Jesús, cuando des limosna que no se entere tu mano izquierda de lo que hace la derecha, subvencionan con la pata benéfica mientras con la otra pata se saltan los derechos humanos a la torera.

En un artículo de 30 de enero pasado llamado La Sociedad Participativa, Santiago Niño Becerra explica que debe imponerse la obligación de contribuir para que continúe el estado del bienestar, y aunque nuestra opinión es que hay materias que no deberían legislarse, es lógico que la cuota solidaria de multinacionales desgrave por hacerles el trabajo sucio: En todos los barrios, hay ejércitos de dichosos los pobres de espíritu como Josep Moreno, el párroco que avala pisos con el cepillo en San José Obrero, o Ana Fonseca, la monja obrera de San José, quienes con un largo etcétera controlan en Reus la pobreza de cada manzana. Y de ellos, y de los que se les acerquen que vienen elecciones, será el Reino de los Cielos.

Respecto de las pequeñas y medianas por ahora están exentas de colaborar por ley, aunque ya hay grandes compañías que las ayudan tomando en consideración la labor filantrópica que realizan. Y quién no soñaría con administraciones públicas que exigieran contratos libres de sobornos. Y a la cuestión de si las PYMES deben contribuir, no cabe duda de que la mayor responsabilidad corporativa que pueden adquirir con esta sociedad, es no ser alimento de los buitres e intentar sobrevivir manteniendo el empleo.

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