Bauman 'in memoriam'

La sociedad líquida tiene como sujeto histórico a un individuo asocial, que solo mira por sus intereses

19 mayo 2017 16:47 | Actualizado a 19 mayo 2017 16:47
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Los acontecimientos biográficos de Zygmunt Bauman (Poznan, 1925 – Leeds, 2017) son la clave para entender su sociología o, si se prefiere, su filosofía social. Su existencia de judío europeo errante recorre subliminalmente todo su pensamiento y representa uno de los pilares sobre los que se basa su análisis sobre la provisionalidad de la existencia humana en la modernidad tardía. La experiencia vivida de la persecución y del odio racial marcaron indeleblemente a un niño y adolescente que huyó de su ciudad natal en Polonia tras la ocupación nazi, a la que se enfrentó en las filas de la sección polaca del Ejército Rojo (Modernidad y Holocausto, Sequitur, 1998). Acabada la guerra volvió a su país del cual tuvo que marchar otra vez en 1968 debido a la política antisemita del gobierno comunista. Israel fue entonces su destino donde impartió clases de Sociología, comenzando aquí una vida nómada que lo llevó a residir en Estados Unidos y Canadá y finalmente en Gran Bretaña.

Cuando releo a Bauman, siempre recuerdo a otro escritor judío, errante como aquél, Stefan Zweig (Viena, 1881 – Petrópolis, 1942), también escritor de relectura obligatoria. En el comienzo de su célebre libro El mundo de ayer. Memorias de un europeo (Quaderns Crema, 2001), Zweig apunta a una de las claves que presidirá toda la obra de Bauman: la pérdida de la seguridad, en un sentido amplio, no sólo de la seguridad material. De aquí la irrupción de la provisionalidad en la vida de los individuos de la modernidad tardía, que se convierte en el pensamiento de Bauman en el concepto de lo líquido (Modernidad líquida, Fondo de Cultura Económica, 1999). El escritor vienés reflejaba en su obra: «Este sentimiento de seguridad era la posesión más preciada para millones de personas, el ideal común de vida. Sólo con esta seguridad ya valía la pena vivir y cada vez más gente la cuidaban como si fuera un bien. Primero fueron los hacendados quienes disfrutaron de este privilegio, pero poco a poco fue también patrimonio de las masas […]. Tan solo quien podía mirar el futuro si preocupaciones saboreaba el presente con buen ánimo».

A Bauman le ocurrió algo insólito pero relativamente frecuente en estos tiempos de fast thinking y que jugó paradójicamente en contra del conocimiento de su obra: el arrollador éxito de un concepto acuñado por él, el de la modernidad líquida. En puridad, lo que hay detrás de dicho concepto no es realmente nada novedoso, sino que lo novedoso está en la etiqueta misma. Hay que tener en cuenta que la Sociología es una disciplina fundamentalmente taxonómica (de ahí su gran parentesco con la Biología en sus orígenes) y en consecuencia el ejercicio de la categorización es fundamental. Pues bien, a partir del éxito del concepto de lo líquido, éste comenzó a aplicarse a todo comportamiento humano: al amor, las relacione de pareja, el sexo, la familia, el trabajo, el ocio, la comunicación…, y en esto tuvo mucho que ver el propio autor que, bien por iniciativa propia o por mandato editorial, explotó ad infinitum la categoría líquido hasta, a mi parecer, hacerla evanescente.

Así que el pensamiento sociológico de Bauman es mucho más que ese concepto customizado, y tanto es así que el Bauman más interesante es el que desarrolla análisis de profundidad en relación a la modernización y sus consecuencias. En este sentido se puede establecer una línea de continuidad entre el pensamiento sociológico de Bauman y el de uno de los padres de la sociología, Max Weber (Erfurt, 1864 – Munich, 1920) cuando aborda el proceso de racionalización de la sociedad moderna (lo que Weber denominaría «la jaula de hierro»). La fe en la ciencia, la técnica y la razón caracterizan el periodo de deslumbramiento (otra forma de encantamiento, que diría el sociólogo Peter Berger) de la primera mitad del siglo XX y que concluiría abruptamente con el genocidio industrial de millones de personas en las cámaras de gas, al que magistralmente puso título Primo Levi (Turín, 1919 – Turín, 1987) en su obra Si esto es un hombre (El Aleph, 1987). Para Bauman, como para otros muchos autores que intentaron explicarse los acontecimientos de un mundo derrumbado, el riesgo sustituyó a la seguridad, la imprevisibilidad a la certeza, la velocidad al sosiego, el consumo a la comunicación, la tecnología en red a la sociabilidad, la relatividad al pensamiento… En todo caso, sobretodo en la década de los noventa del siglo XX y hasta sus últimas obras, Bauman trató de desentrañar minuciosamente la lógica de lo social apoyada en la falta de arraigo, de ahí que en su obra un tema de interés especial sea el de la falta de identidad (Identidad, Losada, 2005). Este hecho le conecta también con otro de los padres fundadores de la sociología, el francés Émile Durkheim (Épinal, 1858 – París, 1917), que concibió el concepto de anomía para significar un estado en el que los individuos carecen de identidad normativa. Uno de los rasgos que caracterizan la sociedad tardomoderna, postmoderna, o como quieran ustedes llamarle, es precisamente la facilidad con la que los sujetos pueden experimentar estados de anomía cíclicos, al dejar de existir un cemento social que ancle a los individuos a lo común. Y aquí radica otro de los temas de gran interés en el Bauman menos leído y conocido: el de la ética social. En su obra Ceguera moral (Paidós, 2015) o en El arte de la vida (Paidós, 2009), o en la Sociedad individualizada (Cátedra, 2001) ya deja entrever la preocupación por la construcción de un futuro en común y de la falta de participación del individuo en el compromiso social. La sociedad líquida tiene como sujeto histórico a un individuo asocial que mira exclusivamente por sus intereses sin apenas ejercitarse en la construcción de un bien común, individuo nacido de la descomposición de una sociedad que puso todo el énfasis en un progreso sin alma. Son los Daños colaterales (Fondo de Cultura Económica, 2011) que producen un aumento de la desigualdad social y refuerzan la anomía en amplias capas de la sociedad. Y el comportamiento que mejor se adapta a este individuo aislado es el del consumo como respuesta huidiza al compromiso, a la dialéctica entre el poder y el sometimiento (Mundo consumo, Paidós, 2010). Los débiles, protagonistas involuntarios de la historia, siempre aparecen en la obra de Bauman como los perdedores de las situaciones de injusticia política y social. Bauman propone una ética del compromiso que vuelva a asentarse en la radicalidad democrática y en la justicia social, una ética que ponga el acento en la cooperación y en la devolución a la persona de su capacidad de acción social y de decisión (de ahí el acercamiento intelectual de Bauman a los nuevos movimientos sociales de finales del siglo XX).

Quizás Bauman sea el último gran sociólogo del siglo XX. Nos deja un legado intelectual y de pensamiento sociológico trabado en una época muy difícil de catalogar. La dificultad del análisis sociológico reside ahí, en describir las transformaciones sociales en tiempo real. Zygmunt Bauman ha aportado al análisis social una visión incisiva de la realidad y de las contradicciones que albergó (y alberga) la modernidad. Bauman, aunque sea una frase manida, se fue siendo ya un clásico de la Sociología.

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