CiU Reloaded

El Partit Nacionalista de Catalunya (PNC), nace con el objetivo de recuperar los principios teóricos del catalanismo pactista: vocación centrista, mentalidad pragmática, respeto al marco jurídico vigente, etc
 

02 julio 2020 11:20 | Actualizado a 02 julio 2020 16:39
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El soberanismo moderado se adentró hace una década en una espiral de radicalidad y demagogia que ha sumido al país en una inquietante etapa histórica marcada por la fractura social, la ingobernabilidad política, la ensoñación metódica y la inseguridad empresarial. Lamentablemente, durante los últimos tiempos, Catalunya está perdiendo a marchas forzadas gran parte de los activos inmateriales que logró acumular a lo largo de los años: estabilidad económica, prestigio exterior, fiabilidad institucional…

El gobierno de Artur Mas, ante el inminente aireamiento de las corruptelas convergentes y el miedo a perder el liderazgo soberanista en favor de ERC, apostó por una estrategia irresponsable y cortoplacista que nos ha hecho perder una década como colectividad. Efectivamente, este aficionado a las metáforas marineras decidió dar un golpe de timón oportunista, que ha terminado reventando las costuras del país y convirtiendo el movimiento catalanista en una jaula de grillos y una auténtica parodia de lo que fue. Espero que nadie olvide la hoja de servicios del Molt Honorable, ahora que intenta maniobrar para recuperar el poder.

Desde que Unió cerró el negocio por quiebra y Convergència decidió metamorfosearse en la charanga del Pere Mata, hemos asistido a varios intentos de alumbrar un proyecto electoral que tomase el testigo político de la antigua CiU. Todos ellos han fracasado estrepitosamente. Ciertamente, el clima político que se ha creado en Catalunya durante estos últimos años no favorece en absoluto el éxito de propuestas que llamen a la moderación, el entendimiento y la transversalidad.

La exaltación de los ánimos ha sido utilizada últimamente de forma frívola e impúdica por motivos estrictamente electoralistas, tanto desde la órbita independentista (en una descarnada lucha fratricida por liderar este movimiento) como en el sector constitucionalista (algún partido, hoy venido a menos, hizo del vehemente caldeamiento antisoberanista su mantra central). Resulta realmente sorprendente el curioso concepto del patriotismo de quienes están dispuestos a quebrar la convivencia social por satisfacer sus ansias de poder. En cualquier caso, esta irrespirable atmósfera de tensión dialéctica ha generado una dinámica en la que tiene razón quien grita más fuerte (o quien lanza la propuesta más desmesurada) y, en este contexto, la templanza política ha dejado de ser una virtud para convertirse en una losa electoral.

Hace unos días echó a andar el Partit Nacionalista de Catalunya (PNC), una formación que se suma a la ensalada de siglas que actualmente abarrota nuestro espectro político. La nueva formación nace con el objetivo de recuperar los principios teóricos del catalanismo pactista: vocación centrista, defensa de los intereses del país, ampliación del autogobierno, mentalidad pragmática, respeto al marco jurídico vigente, etc. El congreso constituyente se ha celebrado estos días en Girona con un formato mixto, presencial y telemático. Además de aprobar sus textos fundacionales, se ha reservado una presidencia honoraria para Olga Tortosa, aunque la verdadera líder del nuevo partido será Marta Pascal, exsenadora, exdiputada en el Parlament y excoordinadora general del PDECat. Su propuesta para desenmarañar la actual crisis política tiene como eje fundamental la celebración de una consulta a la escocesa pactada con el Estado. El alumbramiento de la nueva formación se halla estrechamente vinculada al proceso de reflexión llevado a cabo por el grupo de Poblet, un think tank en el que participan numerosas personalidades alineadas con el soberanismo moderado: Carles Campuzano, Jordi Xuclà, Lluís Recoder, Antoni Bayona, Joan Aregio, etc.

El nombre elegido por sus responsables no es baladí. El Partit Nacionalista de Catalunya fue fundado por miembros escindidos de diversas organizaciones políticas en los años treinta. Tras la restauración democrática y con cierto oscurantismo, esta denominación fue presuntamente reservada por el entorno de Jordi Pujol, que deseaba tener en la recámara unas siglas de repuesto por si CDC no cuajaba. Aunque el adjetivo ‘nacionalista’ es polisémico, pues puede predicarse tanto del patriotismo agresivo y expansivo que tanto dolor provocó en el pasado, como de los movimientos que simplemente proclaman la existencia de una nación no reconocida, ha sorprendido la adopción de un término que algunos consideran políticamente incorrecto en la actualidad. Según parece, la elección de este nombre contiene un guiño al PNV, tanto directo (los jeltzales no ocultan sus simpatías ante esta iniciativa, pues temen que el proceso de radicalización catalán pueda terminar dinamitando la descentralización alcanzada hasta la fecha en España), como indirecto (sus promotores quizás pretendan lanzar a sus potenciales votantes la idea de que su objetivo es trasladar a Catalunya la exitosa política peneuvista: negociación, ambición, seriedad, perseverancia, inteligencia y resultados).

Sin duda, el mensaje de la moderación no parece especialmente atractivo en tiempos de efervescencia maximalista, demagogia sistémica y populismo patriótico. Pero también es cierto que son muchos los antiguos votantes de CiU que han llegado a la conclusión de que las actuales dinámicas sólo nos conducen al desastre. El modelo Waterloo ha demostrado sobradamente su inutilidad, y lo que es peor, su capacidad letal para destrozar en pocos años lo que costó décadas edificar. Ya hemos comprobado a dónde nos conduce la senda del ‘cuanto peor, mejor’. Es razonable albergar ciertas dudas sobre la viabilidad de esta nueva iniciativa política, tras los recurrentes fracasos de otras tentativas encuadrables en la llamada ‘tercera vía’. Sin embargo, existe un eficaz detector literario para evaluar las posibilidades de un proyecto: «ladran, luego cabalgamos» (erróneamente atribuido a Cervantes, pues en realidad corresponde a Goethe). En efecto, los eventuales perjudicados por el éxito electoral del PNC no han tardado en difundir sendos tuits contra la nueva formación, el postconvergente Quim Torra con su habitual tosquedad y el popular Alejandro Fernández con la ironía que le caracteriza. Por algo será.

 

Dánel Arzamendi Balerdi. Colaborador de Opinió del ‘Diari’ desde hace más de una década, ha publicado numerosos artículos en diversos medios, colabora como tertuliano en Onda Cero Tarragona, y es autor de la novela ‘A la luz de la noche’.

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