Cruceros en Tarragona, viento en popa

Cuando al poco tiempo de asumir la presidencia del Port, Josep Andreu alumbró la idea de añadir los cruceros como un nuevo valor de la oferta portuaria de Tarragona no fueron pocos los que pensaron que el recién llegado presidente portuario desvariaba. La fortaleza del Port de Tarragona está en los combustibles y en los graneles, mercancías poco amigas de compartir recaudo con los visitantes ociosos. Las montañas de carbón, las vaporosas descargas de grano y la turbadora presencia de petroleros aliviando sus bodegas de crudo no dibujan un paisaje muy amigo de las vacaciones en el mar. Pese a todo, Andreu y su equipo, alentado por el Ayuntamiento y la Diputación, han realizado una labor silenciosa pero efectiva, visitando otros puertos de los que aprender, para acabar situando Tarragona en el mapa de las rutas cruceristas. Evidentemente, este nuevo activo del Port está en los albores de su potencial, pero ya se han alcanzado esta temporada los 51.390 pasajeros, casi 11,400 más de los que se habían previsto, y lo que es mejor, para el próximo año se piensa alcanzar los 80.000 viajeros.
El Port es ya una nueva puerta de acceso a todo el territorio de la Costa Daurada y de las comarcas de Tarragona. Una nueva puerta de privilegio con un gran potencial todavía por explotar. Queda mucho trabajo por realizar: el nuevo muelle de cruceros que debía ir parejo a la eterna reivindicación del sector turístico para que la monoboya donde descargan los petroleros de gran calado quede enclavada dentro de la zona portuaria como medida de seguridad. Esta espada de Damocles sigue pendiendo de forma incomprensible sobre un sector estratégico de Tarragona. La convivencia entre la industria y el turismo es posible como acaba de demostrar el Port, pero deben tomarse medidas para que siga siendo así. Medidas importantes.