El Covid-19 sí distingue entre clases sociales

Nuestro cuerpo es nuestra biografía, nuestras condiciones sociales, de género, etc., y todo ello tiene una resonancia directa e indirecta en la salud. La crisis sanitaria y la social no pueden abordarse por separado
 

07 mayo 2020 07:20 | Actualizado a 10 mayo 2020 12:15
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A partir de la crisis sanitaria y social despegada por el Covid-19, se ha empezado a repetir como un mantra que el virus no distingue entre clases, género y otras variables sociales: el virus «nos iguala a todas las personas».

El propio Slavoj Žižek reafirma las palabras del viceministro de Salud de Irán, Iraj Harirchi: «Este virus es democrático y no distingue entre pobres y ricos», diciendo en la compilación «Sopa de Wuhan» que «todos estamos en el mismo barco». Pues esto no es del todo «cierto»: estamos todos en el mismo mar, pasando la misma tormenta. Algunos van en yate o submarino, y otros en bote, con chaleco salvavidas, o están tratando de mantenerse a flote a manotazos.

El virus no distingue orgánicamente entre cuerpos, y se instalará en un organismo independientemente de su condición. Pero este discurso hegemónico, basado en una sola línea científica, la biologicista y organicista, es peligroso, ya que no está haciendo una distinción relevante: los factores sociales generan condiciones de existencia que hace que las enfermedades no operen de la misma manera en los cuerpos porque, estos, no son solo un ente orgánico que llevamos con nosotros, como un objeto. Nuestro cuerpo es nuestra biografía, nuestras condiciones sociales, de género etc., y todo ello, tiene una resonancia directa e indirecta en la salud. La crisis sanitaria y la social no pueden abordarse por separado.

El virus no distingue entre cuerpos orgánicamente. Pero el virus distingue en sus causas y consecuencias. Así que no, el virus, en la práctica, nos une pero no nos iguala

Thomas McKeown, en su Historia de las enfermedades humanas, explica que la disminución de la mortalidad en los siglos XIX y XX se produjo antes de la introducción de un tratamiento médico eficaz y que respondían, sobre todo, al mejoramiento de las condiciones de alimentación entre otros factores sociales. Richard Wilkinson and Michael Marmot, en un informe para la Organización Mundial de la Salud (OMS), Social determinants of health, the solid facts, defienden y ponen de relieve la necesidad de incorporar los factores sociales como determinantes en la salud de las personas, tanto en la investigación como en la intervención.

En un artículo publicado por La Nación hace unos días, se daba cuenta de la importancia de disciplinas como la antropología en otras epidemias, como en el caso del Ébola, donde el factor cultural estaba siendo determinante en la propagación de contagios, y era necesaria la mirada antropológica para comprender los porqués de algunos fenómenos. La premisa «todos somos iguales» tambalea, y necesita de una deconstrucción.

La pobreza es uno de los factores más relevantes y determinantes en salud y, ser pobre, está o puede estar íntimamente ligado con la calidad nutricional que tengamos. «Es un hecho bien conocido que un pobre estado nutricional conlleva un mayor riesgo de contraer infecciones»; también sabemos, según la OMS, que el Covid-19 causa infecciones graves del tracto respiratorio en humanos. Incluso hay algún que otro estudio que empieza a hablar de la importancia nutricional específicamente con este virus, pero desde una óptica microorgánica, que no atiende a los contextos y condiciones de vida. Si bien de toda esta «relación» no podemos extraer conclusiones, podemos al menos empezar a preguntarnos o a generar hipótesis, ¿es la gente pobre, con una nutrición deficiente, más vulnerable a contraer el virus, o vivirlo con mayor agudeza y gravedad?

Pero cuando lo hagamos, e investiguemos sobre ello, esto debería abrir un debate que vaya más allá de lo «orgánico», y no trate las crisis «salud» y «socio-económica» por separado, sino que se pongan en diálogo; sino, banalizamos y menospreciamos los condicionantes sociales en los procesos de salud/enfermedad/atención.

Pero vamos más allá: si analizamos los datos estadísticos de Catalunya, por ejemplo, observamos que hay un mayor número de personas infectadas en los barrios obreros o más empobrecidos, cosa que parece suceder también en la Comunidad de Madrid. Si hacemos una lista de las profesiones que estamos llamando «heroínas», en un afán, quizá necesario, de idealización y romanticismo del drama como las cajeras de supermercados, muchas de estas profesiones que están en primera línea son económicamente precarias, invisibilizadas y poco valoradas socialmente y, en consecuencia, de una clase social determinada. Pero vamos aún más allá. Pensemos en dos personas de ochenta años, una tiene una gran fortuna y tiene médico privado y un respirador propio. El otro es un jubilado que irá a una sanidad pública con una UCI colapsada, donde quizá tengan que dar «su respirador» a alguien más joven, porque tiene mayor probabilidad de sobrepasar el virus. La clase social de estas dos personas no solo ha determinado la morbilidad, sino, probablemente, la mortalidad. Ese cuerpo pobre, que el virus «no distingue», es el que estamos ubicando en un «contexto de vulnerabilidad». Los cuerpos y las personas no son vulnerables per se, los vulnerabilizamos con un aparato (un sistema capitalista) que ejerce una violencia estructural basada en las desigualdades, como explica Bourgois.

El virus no distingue entre cuerpos orgánicamente. Pero el virus distingue en sus causas y consecuencias. Así que no, el virus, en la práctica, no nos iguala.

¿Nos une? Es posible que sí, a través de la toma de conciencia de lo necesario de los cuidados, de una sanidad publica fuerte económicamente, etc. Esa consciencia nos une. Pero cuidado, que esa consciencia no se vive en las mismas condiciones y no tiene el mismo impacto en nuestra salud.

La idea de generar un frente común contra el virus está muy bien, es necesaria la unidad comunitaria como eje de trabajo para luchar contra el virus. Pero cuidado, esa batalla no es vivida de forma igualitaria. Por ello, es necesario abordar el problema desde las ciencias sociales en salud, desde una antropología médica y sociología de la salud, y no solo desde los laboratorios, la investigación biomédica y los tubos de ensayo. Con ello no restamos relevancia ni importancia a su labor, es fundamental, pero no puede ser la única.

*Elisa Alegre-Agís es diplomada en Trabajo Social, licenciada en Antropología Social y Cultural, magister en Antropología Médica y Salud Global y doctoranda en Antropología Médica. Es docente en la Universitat Oberta de Catalunya y en la Universitat Rovira i Virgili, e investigadora en el Medical Anthropology Research Center de la misma universidad.

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