El incivismo social

01 septiembre 2020 12:20 | Actualizado a 01 septiembre 2020 16:36
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Un buen amigo mío me cuenta que está en el grupo de riesgo de la pandemia, y que en consecuencia procura cumplir todas las normas y recomendaciones. Me cuenta también que su médico de primaria le dijo al empezar todo esto que si oía toser corriera y un especialista le manifestó que era el momento de esconderse, a lo que él le contestó si debajo de la mesa del comedor.

Mi buen amigo vive en un bloque que era bastante tranquilo hasta que llegó el calor y los rebrotes o segunda ola, como quieran, de la Covid-19. Y según me cuenta empezó a ver con sorpresa como crecía la población en el piso de enfrente y del mismo rellano. No ocurría con ningún otro del bloque. Los habituales eran una familia de cuatro, pero pronto llegaron los abuelos, por cierto de zonas con test generalizados por la fuerza de la pandemia y con contactos a tope.

Al cabo de unos días, también por sorpresa, descubrió que entre los veraneantes también había llegado un perro grande, para pasar sus vacaciones. Pero el calor se iba incrementando y ya eran seis más el perro. Y para seguir el extraño principio de a más calor y a más pandemia más juntos y más personas, aparecieron tres más que hacían un total de nueve habitantes del piso, más su gran perro. Y sin convivencia previa.

Me dice que el ascensor va todo el día y parte de la noche, esperándose unos a otros, reteniéndolo y colocando si es preciso sillas de baño para que su puerta no se cierre. Que los portazos domiciliarios son constantes y que las mascarillas en la entrada, zona del ascensor y espacios comunitarios brillan por su ausencia. Por lo visto no se privan de nada, ni de vacaciones, ni de playa, ni de entradas y salidas. Todos los números se van sucediendo con alegría … para ellos. Esto de las recomendaciones de quedarse en casa ni las escuchan. Curiosamente, según me dice mi amigo, los que usan más las instalaciones comunitarias, es decir, estos admiradores de los hermanos Marx en su camarote, son además y desde hace años morosos con dicha comunidad. Esto no acostumbra a fallar.

Mi buen amigo, que ha renunciado este año a sus vacaciones clásicas por prudencia, tiene que cerrar la puerta de la cocina que da a la terraza, que solamente está separada de esta eterna reunión- familiar social por una mampara a menos de dos metros. El calor aprieta, la cocina también y el amigo me dice que aunque lo intenta no cabe en la nevera.

El president de la Generalitat recomendó quedarse en casa y de Barcelona salieron cuatrocientos quince mil vehículos. Es probable que entre ellos estuvieran las personas que han venido a reforzar el piso-camarote de enfrente de mi buen amigo. El incivismo social se nota más con la pandemia.

Pero otro rasgo característico y preocupante de este incivismo, es el principio bastante corriente por desgracia en este tipo de personas, que es su autoconversión de infractores en víctimas y en convertir ellos a la auténtica víctima y buen amigo en causante, simplemente porque no les mira precisamente con alegría vecinal.

Y un evidente incivismo, unido a estar convencidos, los incívicos e infractores en que ellos son en realidad las víctimas, está en la causa final de estos repetidos y preocupantes rebrotes. No se sabe muy bien porqué, pero este tipo de personas confundieron el final del estado de alarma con el hecho de actuar como si se hubiera encontrado ya el medicamento total o que todos estuviéramos vacunados.

Resulta difícil de comprender como en estos momentos, cuando vas por las calles de Tarragona y supongo que en otras ciudades es igual, encuentras a bastantes personas mayores y jóvenes que con la mascarilla no se tapan precisamente la nariz. Concretamente la nariz, qué curioso. Como resulta difícil de entender la noticia que publicaba el Diari, hace poco, informando que los médicos recibían presiones de pacientes para que les eximieran de llevar la mascarilla.

Tan difícil de comprender como el hecho de que en muchos medios de comunicación de todo tipo y especialmente las televisiones, se hable tanto de las terrazas de los bares y restaurantes y tan poco de cosas tan importantes y trascendentales para la economía del país, como la industria, la agricultura, a parte del problema pandémico de los temporeros, de la logística, del mundo cultural, y de otros servicios esenciales que pasan, a veces en silencio, a engrosar la ya terrible lista del paro. Lo más importantes son las terrazas por lo visto en este país. A sus dueños, empleados y clientes cada día se les entrevista en todo momento. De las otras partes de la economía más importante sólo un pequeño apartado, se ve que interesa poco. El incivismo no piensa que si la industria, la agricultura, la logística, el mundo cultural etc. se estancan, las terrazas tan famosas dejarán de tener problemas de distancia de seguridad y de todo tipo, simplemente porque no tendrán clientes.

Y hoy vamos a acabar con un toque de nostalgia y un recuerdo al Dúo Dinámico y no por Resistiré, que podríamos dedicar, por cierto, a mi paciente amigo que está viviendo una película de los hermanos Marx, como hemos visto, y además en blanco y negro. Sino con la canción Amor de verano que dice así: «El final del verano llegó y tu partirás. Yo no sé hasta cuando este «amor recordarás». Esta canción va dedicada a todas y a todos pero con una excepción, la de los vecinos de mi amigo, a los que ruego que antes de la palabra «amor» añadan «des». Gracias.

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