El último libro

Los libros religiosos están bien para antes o incluso para después, pero no para el tránsito

01 junio 2017 10:14 | Actualizado a 01 junio 2017 10:16
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Hace unos días fui a ver a un colega (y amigo) a Santa Tecla. El Diari publicó su muerte acaecida muy poco después de mi visita. Me comentó que leía un libro. Su último libro.

Cuando Sadam Hussein fue conducido a la horca lo hizo acompañado de un ejemplar de El Corán, que mandó que tras su muerte fuese regalado al hijo de uno de sus compañeros de ejecución. Por lo que sabemos no se había distinguido en su trayectoria política por ser un hombre religioso, pero eligió ese libro para su última lectura. Antes cuando había estado encerrado durante meses en un zulo y temía razonablemente por su vida prefirió leer Crimen y Castigo y la historia de Alejandro Magno.

Las personas que se han dedicado a la literatura (o en general a escribir) durante su vida suelen seguir haciéndolo hasta el final. El caso más conocido, pero desde luego no es el único, fue el de Marcel Proust que dedicó los últimos años de su existencia a componer quizás la obra cumbre del siglo XX (En busca del tiempo perdido). De hecho no la terminó y los últimos ejemplares adolecen de errores de composición. No le dio tiempo a corregirlos.

Hay incluso más morbosos que dedican sus últimas energías a relatar el mismo proceso final con pelos y señales en una especie de terapia o más bien de autodefensa frente a la angustia vital. Un célebre siquiatra español (López Ibor) así lo hizo, e incluso, le dio tiempo a acudir a televisión para realizar su última entrevista y su presentación. Sin ir más lejos, el poeta y cantante Labordeta dictó a su hija su último libro en que relataba sus sentimientos y peripecias ante la muerte anunciada. 

Hay incluso libros que te ayudan en ese proceso final como el del Dalai Lama (Acerca de la muerte) y que pretenden que podamos sacar el mayor rédito posible al proceso de la muerte, que según el Dalai no se produce cuando dejamos de respirar sino mucho más tarde.

Mi visita a Santa Tecla me hizo reflexionar sobre algo que hasta entonces no había hecho. ¿Cuál debe ser el último libro, nuestra última lectura? Es evidente que para muchos el tema puede llegar a resultar hasta ridículo porque normalmente, o bien uno no está para esas gaitas en los momentos finales,  o bien uno no ha tenido en la vida esas aficiones, Pero como había comprobado no siempre es así. Así que me puse a pensar en ese último libro.

¿Un libro religioso, como en el caso de Sadam Hussein? Parece que el final es como un examen, que si uno no ha estudiado con anterioridad, no es cuestión de hacerlo en el último día a toda prisa. No, quizás, los libros religiosos están bien para antes o incluso para después, pero no para ese momento de preparación al tránsito. Quizás estos libros están para ser oídos en la fase final, para que nos los lean, pero no para hacerlo por nosotros.

Algo parecido nos ocurre con los libros filosóficos que tratan de darnos a conocer la razón de nuestra existencia y los instrumentos para conocer la verdad. No parece el tiempo de perdernos en averiguar si el sujeto puede conocer el objeto o si el objeto no es más que una ilusión de la mente. Está claro que para nosotros en esas circunstancias el dolor, el miedo (que es una especie de dolor más intenso), son hechos que existen y son reales; igual que el médico o los enfermeros. 

Es evidente que tampoco es el momento de ponerse a leer libros, que ahora están muy de moda, del tipo 1.000 sitios que ver antes de morir, de Patricia Schultz, o 1.001 lugares históricos que hay que ver antes de morir, de Richard Cavendish, o 501 viajes que no puedes dejar de hacer, o el profético 100 lugares que nunca visitarás. No, desde luego, tampoco es la ocasión de comprobar que uno va a irse sin agotar las posibilidades que habías tenido cuando nació. Lo hecho, hecho está. 

Por razones que parecen obvias, no es tampoco el momento de comenzar a leer un diccionario, aunque uno no comience por el principio; y menos una historia de la Humanidad por entregas.
No, desde luego, no es fácil elegir el tema y el libro que nos debe acompañar al final. Ahora no podemos equivocarnos como otras veces porque seguramente no nos dará tiempo a terminarlo y mucho menos a cambiarlo por otro diferente. Estamos como se dice ante una decisión transcendente.

Quizás piensen por eso  que la mejor elección sea un libro intrascendente, una  novela de intriga y de crímenes. Confieso que es una buena elección en el caso que estemos ante una enfermedad pasajera o ante una situación inconveniente, pero no parece que sea en nuestro caso la mejor elección, entre otras cosas porque te puedes quedar sin saber quién era el asesino. No, tampoco. Es necesario indagar otras posibilidades.

Ya hemos visto que algunos les da por relatar su final, pero ahí tenemos el riesgo evidente de confundir el autor con el personaje y de irnos de esta vida sin distinguir entre realidad y ficción. No parece el momento de mandar impulsivamente correos, hacernos fotografías o seguir rellenando nuestra página de Facebook y leyendo las noticias más ridículas sobre los demás. Es el momento de leer en profundidad y sobre todo en soledad, pero como ven el problema es sobre qué.
En el caso de mi visita, mi colega había elegido uno relativo a la historia del hombre. Con toda seguridad no llegó a terminarlo.

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