Ayer se cumplieron 50 años de la muerte de Churchill, a los 90 de edad. Diez años antes, al dejar de ser primer ministro, comentó: «Algunos dicen que durante la guerra yo fui el animador de la nación. Esto no es de ningún modo exacto. La nación estaba resuelta, fiera, inquebrantable. Yo tan solo encontré las palabras que expresaban su voluntad. Vosotros erais los verdaderos leones. Yo me contentaba con rugir».
El mundo le homenajeó al cumplir sus 90. Le llegó una tarta de 60 kilos, un ramo de flores de Isabel II y un telegrama de Sudáfrica en el que el alcalde de Pretoria le decía con humor que su ciudad se sentía orgullosa de haberle acogido, refiriéndose a cuando fue encarcelado.
El hombre que fue excesivo en todo, también en los puros, el champagne, el whisky y el brandy, se mantuvo fiel a su primer amor, aunque el mérito mayor correspondió seguramente a Miss Clementine.