El valor de la vida vs. la chispa de la vida

¿Qué vale más entonces, la sensación de vivir o simplemente vivir? ¡Ala pues, a disfutar de la vida!

19 mayo 2017 22:34 | Actualizado a 22 mayo 2017 17:59
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La revista austríaca Vangardist imprimió su última edición con una mezcla de tinta de imprenta y de sangre de personas infectadas con el virus VIH. Querían llamar la atención de sus lectores sobre el hecho de que no es el ébola el que mata a la gente, sino que cada año mueren más de un million y medio de personas por el SIDA. Sorprendentemente, en el primer mundo hay más personas que sufren más pánico ante el ébola que ante el SIDA.

Con la muerte en marzo de 1984 del azafato franco-canadiense Gaëtan Dugas, denominado el «paciente cero», la enfermedad del SIDA apareció en el radar del mundo. Con las muertes de Rock Hudson en 1985, del filosofo francés Michel Foucault en 1986, y con la declaración pública del superdeportista Magic Johnson de su contagio con el retrovirus en 1991 y, poco después, con la muerte de Freddie Mercury, el peligro entró en la conciencia mundial. El SIDA estaba en el mapa y se dio a entender que era una enfermedad que podía afectar a cualquier persona, hombre o mujer, niño o anciana. La gente empezó a protegerse y, sobre todo, a valorar la vida como algo muy frágil.

Una consecuencia de esta conciencia a favor del valor de la vida y no ya solamente sobre «la chispa» de la misma fue que los deportes de alto riesgo sufrieron grandes pérdidas. Si es posible contagiarse mortalmente practicando sexo, la vida resulta muy, pero que muy peligrosa, y de golpe la gente abandonó todo tipo de deportes de riesgo. Se eligió como deporte bailar tangos, el tenis, caminar, la natación, el fútbol, el footing, los dardos o el ajedrez. La vida misma adquiría sentido y ya no hacía falta tirarse por un abismo con un parapente, ni con un ala delta, ni con una cuerda atada a los pies, ni esquiar solo en las pistas negras y además de noche, ni tampoco escalar sin cuerdas para sentirse realmente vivo y vibrar con esa chispa de adrenalina.

En la actualidad hay 35 millones de infectados por el VIH en el mundo. Cada año se infectan unos 2 millones de personas con el VIH y 1,5 millones mueren. Sin embargo, estas cifras ya no asustan a nadie. La gente ha dejado atrás los dardos y ha vuelto a poner su vidas en juego con deportes todavia más arriesgados que en tiempos pasados. Escaladores como Tommy Caldwell (36) y Kevin Jorgeson (30) escalan los 1.000 m del monolito El Capitán situado en el parque de Yosemite, sin cuerdas. Pero no solo suben, sino que suben deprisa, es decir hay concursos para ver quién sube más rápido, y los protagonistas piensan que son totalmente normales, porque sienten la vida intensamente. El norteamericano Dan Osman era un escalador de velocidad; su récord en subir los 122 m de la pared «Bears Reach» está en nada menos que en 4:25 minutos. La pared es de 90 grados y lisa como un espejo. También practicaba la «caida controlada»; se tiraba por montañas solo con una cuerda que le sostenía, y alcanzó records de alturas de más de 400 metros en caída libre. Por desgracia, se le rompió una cuerda en un salto de 335 m y Osman murió con 35 años. O como el «hombre pájaro», el norteamericano Dean Potter, que se lanzaba con un traje con alas desde helicópteros para volar. Murió recientemente con 43 años volando contra una roca en el parque californiano de Yosemite.

Pero no solo el aire invita a estas actividades, sino también la tierra; existen maratones radicales para los corredores de alto riesgo como en el Polo Norte (donde los «deportistas radicales» están protegidos contra los osos polares por guardias armados: que nadie se queje de la falta de adrenalina); por minas a 2.000 m bajo tierra en Alemania; a 5.000 metros de altura en el Himalaya; o en los Estados Unidos donde se corren 217 km a través del desierto de Mojave en un quíntuple maratón. Tom van Steenbergen ganó el Red Bull rampage practicando un salto en bici por encima de un cañón de casi treinta metros de ancho. No mencionaremos su profundidad. Y el norteamericano Travis Pastrana busca su final con todo tipo de vehículos por tierra, agua y aire, y también con animales de todo tipo, cocodrilos de 4 metros de largo o serpientes muy venenosas. Su lema: «Si mueres, mueres, pero por lo menos has vivido una vida que vale la pena vivir». Y El ISIS siempre tiene una puerta abierta para todos aquellos que aún buscan una mayor excitación y más adrenalina, y para quienes no basta todo lo anterior. Los gemelos alemanes Mark y Kevin K. de 25 años vivieron recientemente muchas aventuras en el desierto y acabaron volando instalaciones en Iraq como suicidas. Todos estos chicos son muy jóvenes, guapos, se tatúan y van vestidos como si hubieran salido de la película Mad Max. Y todos repiten lo mismo: «sin peligro, no vale la pena vivir».

¿Qué vale más entonces, la sensación de vivir o simplemente vivir? Naturalmente, también están ésos que ahora practican el sexo como una actividad para impulsar sus sensaciones. El término barebacking procede del ámbito ecuestre y significa «montar a pelo», es decir, practicar el sexo sin protección. Los que lo practican dicen que se sienten intensamente vivos otra vez; ¡claro!, disfrutan de la excitación de correr un riesgo por su vida. De esta manera, se celebran fiestas de barebacking, una ruleta rusa con participantes seropositivos y seronegativos, en las que los seronegativos pueden resultar infectados. ¡Ala, pues! ¡A disfrutar de la vida! Peligros hay de sobras para disfrutar: hace poco se descubrió una nueva variedad de VIH en Cuba que se denomina CRF19 y que muta al SIDA en un periodo de tan solo dos a tres años después de contraída la infección. Y en el cañón de Zhangjiajie, en la provincia de Hunan, se está construyendo el puente con piso de cristal más largo del mundo, y a quien no le baste marearse hasta la muerte cruzándolo a pie, le ofrecen el salto de puentismo más monstruoso del mundo: 300 metros de pura chispa para valorar la vida por lo que es.

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