¿En qué mundo viven?

Si no asumimos la dura reali-dad tal como es, podemos caer en el desaliento y, por lo tanto, en el riesgo de ser manipulados por minorías reaccionarias que esgriman «libertades» y nos precipiten a un desastre irreparable
 

31 octubre 2020 17:30 | Actualizado a 31 octubre 2020 19:14
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Es de suponer que cuando tenemos que votar, cada uno y con su mejor criterio, lo hacemos pensando en mejorar la vida y el futuro del país. Pero muchos de quienes han recibido ese encargo de los ciudadanos, parecen vivir en una realidad diferente, donde prevalece lo personal y lo sectario.

No advierten la tragedia que atraviesa no solo nuestro país sino la humanidad. Estamos ante una pandemia provocada por un virus altamente contagioso del cual seguimos desconociendo muchas de sus características y evolución. Y que sus efectos son múltiples, pero que incluyen varias discapacidades motrices, dificultades respiratorias, pérdida del olfato, del gusto, parálisis y lo más grave, suma ya más de 35.000 muertos en este país y un millón en el mundo.

El virus no reconoce fronteras territoriales. Mientras la pandemia se extiende y afecta a toda la población, son muchos los políticos que actúan con parcialidad, objetivos mezquinos, obstaculizando, difamando o mintiendo. Hay políticos que en sus intervenciones públicas no buscan corregir ni aportar, solo destruir al contrario. No se dan cuenta que estamos esperando soluciones, no batallas dialécticas plagadas de descalificaciones e insultos. O lo que es lo mismo, menos exhibirse para recitar frases ensayadas y oportunistas, y más sentarse a dialogar, a proponer, a llegar a acuerdos. Vamos todos en el mismo barco, y si se hunde no será la victoria de nadie, sino la derrota de todos.

Estamos ante la crisis sanitaria más grave de la humanidad en un siglo. A partir de esa evidencia hay que actuar colectivamente y con decisión. Al daño evidente de la propagación del virus entre millones de personas, hay que anticiparse a la fatiga emocional de la sociedad. Si no asumimos la dura realidad tal como es, podemos caer en el desaliento y por lo tanto en el riesgo de ser manipulados por minorías reaccionarias que esgriman «libertades» y que nos precipiten a un desastre irreparable. No solo en salud y en vidas, sino también en lo económico, porque ambas cosas van irremediablemente unidas.

Los que se dicen demócratas, si lo son realmente, tienen que saber que estas situaciones son las que esperan los totalitarismos marginales. Que recuerden el antiguo refrán de que «a río revuelto ganancia de pescadores». No hay alcohol ni gel que nos proteja de ese otro contagio peligroso, el del fascismo, que espera estas oportunidades para impulsar la violencia y la destrucción. Ya hubo brotes en Italia o en otros países europeos.

Aprovechan la fragilidad del momento social para sembrar más desconcierto. Estos profetas del odio se dedican a sembrar el caos y la inseguridad, creando el clima para proponerse ellos mismos como solución. A esos los tenemos que confinar los propios ciudadanos por el riesgo que representan. El resto, gobierno y oposición siéntense el tiempo que sea necesario, escuchen a los que saben de esto, médicos, científicos, investigadores. Acuerden las medidas más apropiadas y háganlo cuanto antes.

Ya hemos perdido mucho tiempo, salud y vidas. Atiendan esas postergadas demandas de profesionales y técnicos sanitarios, desde médicos a enfermeras, celadores o administrativos. Han tenido meses para aumentar plantillas, organizar rastreos eficaces que circunscriban los focos de contagio, para unificar criterios de actuación. Hablen menos y hagan más. Los virus no se desplazan por sí mismos. Necesitan un «transporte» humano. Si se acotan los desplazamientos personales, se circunscribe el riesgo. Hay quienes lo explican como un incendio de bosque que requiere cortafuegos. Si las ramas de los árboles que se queman, están en contacto con las de otros árboles, el incendio se extiende indefinidamente. Si se aíslan los focos, se controla.

Es natural que se piense en las pérdidas económicas, en los «puentes», en paseos, Navidad … Pero lo único cierto que sabemos sobre el coronavirus es que depende de nosotros para propagarse. Y de nuestra sensatez el saber protegernos y proteger a los demás. Hay momentos en que es preferible resignar el presente para garantizar el futuro. Decía Albert Eistein que «el mundo va a ser cada vez más peligroso, no porque haya cada vez más gente mala, sino porque cada vez hay más gente que mira y no hace nada». Si una parte de la clase que se define como «dirigente» no sabe en qué mundo vive, tendremos que ser los ciudadanos los que se lo recordemos.

Han sido elegidos para servir, no para servirse. No estamos defendiendo una parcela personal, sino algo más importante y trascendente: el futuro de todos. El de abuelos y padres, el de nuestros hijos y nietos. Intencionadamente no he mencionado anécdotas, o situaciones concretas del show permanente en el Parlamento o en las declaraciones públicas porque no quiero que estas reflexiones también se consideren parciales. Los lectores son suficientemente capaces para discernir por si mismos quienes están haciendo o no esfuerzos verdaderos para sacarnos de esta crisis. Quizás con errores, pero con honestidad y compromiso. Eso es lo que les exigimos a todos ellos y lo que debemos hacer nosotros mismos.

 

Periodista. Fundador del Centro Latinoamericano de Reus, miembro de diversas plataformas sociales, coordinador de la Agencia SERPAL (Servicio de Prensa Alternativa) y colaborador de diversos medios de comunicación internacionales.

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