Esperanza ante la crisis que se avecina

09 mayo 2020 08:10 | Actualizado a 10 mayo 2020 12:15
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La actual pandemia nos ha desconcertado a todos, empezando por el Gobierno, acabando por la oposición e incluyendo a los distintos sectores de opinión. La crisis económica derivada de la crisis sanitaria, que ha obligado al confinamiento de toda la población, no tiene precedentes y es tan difícil de evaluar como de atacar, de forma que la ciudadanía, perpleja, no sabe a qué carta quedarse: algunos optimistas predicen que el trayecto que recorreremos es una simple y tranquilizadora ‘V’, otros pesimistas pronostican que será más bien una demoledora L, y de momento el Gobierno afirma que será una ‘V’ asimétrica, lo que puede querer decir casi cualquier cosa. En estos momentos los ciudadanos necesitan certezas. Por eso es tan necesaria una opinión fundada, de prestigio, que oriente a una sociedad confusa que, por añadidura, ve cómo la política, en el sentido más peyorativo del término, lo contamina todo. En este sentido, reconforta hallar pensadores como Antón Costas, gallego afincado en Catalunya y uno de los escasos intelectuales españoles cuyo prestigio personal sobrenada el proceloso océano de las adscripciones partidistas. Él explica, por ejemplo, el error de comparar la actual crisis con una guerra, pues, «a diferencia de las bombas en una guerra, el virus no ha destruido riqueza (edificios, fábricas, carreteras, puentes, vías férreas), y esto hace más fácil la recuperación». También porque, aunque la aparición del coronavirus paró el motor del sector exterior y dejó al ralentí el de la economía privada, los gobiernos no desactivaron el motor del sector público, como sí hicieron en 2010. En esta ocasión, el Estado se ha convertido en ‘pagador último’, nacionalizando las nóminas de las empresas que no han conseguido mantener la actividad y permitiendo sobrevivir a las familias con los ERTE. En estas circunstancias, concluye Costas, lo importante es que los gobiernos no entren en pánico, conscientes de que el aumento de la deuda y el déficit no es estructural, por lo que hay que actuar con gran energía para enderezar el rumbo y remontar el vuelo. En definitiva, hay esperanza.

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