Estallido chileno. Es el país con mayor desigualdad social de la OCDE

Implosión. Uno vive aquí como en cualquier ciudad europea, pero para acceder a la mayoría de los servicios es imprescindible la cartera llena. Santiago es una ciudad cara, más que Barcelona o Madrid

22 enero 2020 09:50 | Actualizado a 22 enero 2020 10:54
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Aterricé en Santiago un mes antes del 18 de octubre. Esa fatídica fecha en la que Chile, un país avezado a toda suerte de convulsiones, sufrió el peor terremoto de su historia reciente. Un temblor, apenas perceptible en un primer momento, que dejó intactos edificios e infraestructuras. No movió muebles, ni árboles, ni tampoco deformó el paisaje pero, al tiempo, fue capaz de sacudir las entrañas de millones de incrédulos chilenos. Bastaron un puñado de pesos -ni siquiera diez céntimos de euro- de incremento del billete del metro para remecer a toda una nación. Fue la espoleta perfecta para una parte de la sociedad que, si bien creció y se benefició del despegue económico del país, fue durante décadas testimonio sumiso y silencioso ante una brecha social que se agrandaba sigilosamente pero sin freno. Y Chile estalló.

La otrora plácida Alameda, artería principal y paseo deseado de la capital santiaguina, luce ahora devastada, consumida por meses de altercados, barricadas y enfrentamientos con los carabineros y sus guanacos (así llaman aquí a los vehículos policiales armados con cañones de agua). La plaza Italia, epicentro todavía de las protestas y que congregó la mayor manifestación de la historia, ha quedado reducida a un sombrío campo de batalla. Y la estatua ecuestre del general Baquedano que la preside ha sido blanco de toda clase de mofas y del típico juego ‘pinta y colorea’. Todo Santiago Centro es ahora un ensueño de lo que fue. Incluso edificios emblemáticos como la Biblioteca Nacional han sido pasto de grafitis. No respetaron ni la iglesia de la Veracruz, en el barrio de Lastarria, a la que prendieron fuego. Y como Santiago, el resto del país, desde Arica a Punta Arenas.

Sólo se salvaron las zonas cuicas, como Vitacura y Las Condes 
-donde vivo- si bien ahora es imposible distinguir qué clase de establecimiento se esconde tras un forro de madera y chapa, levantado a modo de burladero. No sea que la turba se las tuviera contra bancos y oficinas de los Fondos de Pensiones, el modelo privado de jubilaciones que obliga todavía a hombres septuagenarios a trabajar como garçons (camareros) o taxistas. «Es que la pensión no alcanza», se lamentan.

Chile fue conocido como el milagro latinoamericano, una burbuja en medio del continente

Uno llega a comprender el origen de esta implosión social. Pero incluso a los propios chilenos se les escapan motivos, razones y matices porque si bien el estallido tuvo su génesis en el billete del metro, lo primero que incendiaron fueron decenas de estaciones del suburbano, dejando a tres millones de santiaguinos, que lo utilizan a diario, sin locomoción. Y el metro en Santiago -una ciudad de más de 7 millones de habitantes- es vital para los desplazamientos además de un orgullo para el país. Es limpio, rápido y seguro. Quizá el lumpen -como lo califican aquí- se sacudió esa rabia acumulada y contenida, llevándose todo a su paso, pero perjudicando a quienes ellos mismos decían defender. A menudo las formas deslegitiman una justa reivindicación.

Las pensiones en Chile son privadas, al igual que la sanidad y la mayoría de las infraestructuras como carreteras, autopistas y los cinturones de circunvalación capitalinos. Y los medicamentos (o remedios) son caros y de precio libre. Inaudito para un país con un salario mínimo de 301.000 pesos (352 euros al cambio actual) y con unas pensiones que, a veces, no alcanzan esa cifra. Una caja de paracetamol o ibuprofeno cuesta el doble que en España, sin receta. No es extraño que Chile sea el país de la OCDE con mayor desigualdad social. Pero Chile posee una de las más altas rentas per cápita de toda Latinoamérica, es el único miembro de este selecto club y el país más desarrollado, sin lugar a duda, de la región. Y eso se nota sobre todo en la capital. Uno vive aquí como en cualquier ciudad europea, pero para acceder a la mayoría de los servicios es imprescindible la cartera llena. Santiago es una ciudad cara, más que Barcelona o Madrid.

Con las cifras macroeconómicas en la mano, Chile fue conocido como el milagro latinoamericano. El país donde la escuela liberal de los Chicago boys campó a sus anchas bajo el régimen de Pinochet. Y sí, Chile fue una burbuja en medio del continente. Pero después de Ecuador, Colombia y Bolivia, la explosión social cruzó la cordillera andina y llegó irremediablemente a este país. Y eso ha sido lo catastrófico, porque ha hundido egos y orgullos. Chile, creían, era un oasis en medio de un supuesto caos. Pero para sobrevivir en un país considerado el más activo del mundo sísmicamente, solo se necesita una particularidad innata: la resiliencia. Y ahí a los chilenos, afortunadamente, nadie les gana.

* Periodista. Natural de Gandesa, Josep Garriga empezó como periodista en ‘Diari de Tarragona’. Después de casi dos décadas en ‘El País’, ahora trabaja como consultor de comunicación en Chile.

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