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Casarse por segunda o por cuarta vez es un triunfo de la esperanza sobre la experiencia

19 mayo 2017 21:50 | Actualizado a 22 mayo 2017 12:59
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Entre perder la razón, aunque sea la razón de ser, o perder la clientela, es altamente preferible conservar esta última. No hay pastor sin ovejas, por muy aburridas que estén de andar siempre por el mismo sitio. Sin duda, para hacer más ameno el sendero, el papa Francisco ha dispuesto por decreto que a partir del 8 de diciembre el proceso eclesiástico de nulidad matrimonial sea gratuito y sobre todo más ágil para todo el que lo desee. Podrá saltarse el terrible vínculo sin caer en uno de esos pecados capitales, que a diferencia de los pecados provinciales, sólo podían perdonar los miembros del alto clero. Los clientes siempre tienen razón y hay que abaratar los precios del a penitencia, que estaban alejándoles de la Iglesia.

Casarse por segunda o por tercera o por cuarta vez significa un triunfo de la esperanza sobre la experiencia, pero venía siendo engorroso y más bien caro. Había que echarle paciencia y dinero, que son de las dos cosas que menos abundan en este bajo mundo, que por cierto, es el único que conocemos. Su santidad Bergoglio, después de perdonar el aborto, se dispone a admitir las nulidades matrimoniales. Lo perdona todo, gracias a Dios, porque sabe que el perdón es lo único que puede modificar el pasado, si se logra verlo con otra luz. Lástima que haya gente con tan pocas luces y con tan buena fe que se hayan creído eso que les enseñaron los que hablaban de sacramentos, palabra que escrita con mayúscula alude a cada uno de los siete signos sensibles de un efecto interino que Dios obra en las almas ¿Qué pensarán ahora los que han experimentado ese mágico influjo? Conozco a una persona ejemplar, ferviente y también hirviente católico que sufre mucho por no poder comulgar. Yo, que no soy ni ejemplar ni católico, le he acompañado en sus nobles sentimientos, tratando de consolarle. Desde ahora podrá hacerlo. La rebaja del Papa es para todos, ante el riesgo de cerrar el kiosko, que de menos nos hizo Dios.

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