Incoherencias

Al final, la gran pregunta es: ¿Cuántos muertos son admisibles para que la rueda siga funcionando?

05 septiembre 2020 09:10 | Actualizado a 05 septiembre 2020 10:57
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Con el coronavirus tan vivo y activo como en los días álgidos de la pandemia, la nueva normalidad –más nueva que normal– se ha visto sacudida por más restricciones que han recortado nuestra ya alterada vida. Reuniones en grupos reducidos y siempre con la mascarilla tapando boca y nariz, clausura de los locales de ocio nocturno y cierre de bares y restaurantes a la una de la madrugada… Sin embargo, estas medidas conviven con otra realidad, como sucede en el transporte público, donde uno puede viajar al lado de un desconocido sin el mayor problema –al menos, legal–. Y convivirán con un regreso a las aulas que llega envuelto en una encendida polémica por el miedo de los padres a que sus hijos se contagien y puedan trasmitir el virus a otros familiares –muchos niños conviven con sus abuelos–. Sí, puede que no tenga mucho sentido prohibir las reuniones de más de diez personas y meter a 20 niños en una clase. Son las incoherencias a las que obliga esa búsqueda del difícil –quizá imposible– equilibrio entre garantizar la salud y no acabar de hundir la economía, unas incongruencias con las que habrá que aprender a convivir. Porque al final, la gran pregunta es: ¿Cuántos muertos –porque, aunque en menor medida que en marzo y abril, sigue muriendo gente– son admisibles para que la rueda siga funcionando? Sí, así de crudo. El problema es que detrás del número de fallecidos se hallan personas y familias que sufren, tragedias que tienen cara y ojos. Se trata de una decisión para la que cada uno tendríamos una respuesta y a la que, desde luego, no debe de ser fácil enfrentarse. Quizá eso explique tantas contradicciones y medidas que chocan con la lógica.

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