La mayoría de independentistas son enemigos de exabruptos. No creo que se sintieran cómodos oyendo a Lluís Llach llamar «cerdos» a los dirigentes de la UE que apoyaron la legalidad española.
Tampoco les gusta recordar las adjetivaciones que Torra ofreció a los españoles, o la frase con que Xavier Sala-i Martín acaba de definir a Borrell: «el ser más siniestro, sectario y malvado que nunca ha producido Catalunya».
No debería justificarse esto en que otros también insultan. Se pueden quemar fotos del Rey; se puede prometer la Constitución por el espíritu del 1-O o por el espíritu de la Navidad; se puede repetir con vengativo ingenio en cada telediario: «No podemos hablar de presos políticos». Pero, si se quiere traer aire nuevo, insultar… es muy feo.