La Ascensión no es una despedida

Gracias al Evangelio de San Lucas y a los Hechos de los Apóstoles, del mismo autor, sabemos que después de resucitar y de diversas apariciones, Jesucristo se encaminó a las afueras de Jerusalén

19 mayo 2017 22:48 | Actualizado a 22 mayo 2017 18:12
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Gracias al Evangelio de San Lucas y a los Hechos de los Apóstoles, del mismo autor, sabemos que después de resucitar y de diversas apariciones, Jesucristo se encaminó a las afueras de Jerusalén, en dirección a Betania y, mientras bendecía a los suyos, se alejó de ellos elevándose al cielo. Ellos se quedaron mirando a lo alto hasta que dos varones con hábitos blancos les dijeron: «Hombres de Galilea, ¿qué estáis mirando al cielo? Ese Jesús que ha sido arrebatado de entre vosotros, vendrá como le habéis visto ir al cielo».

Ante este episodio final de la estancia de Jesús sobre la tierra, el pensamiento se muestra incapaz de ahondar en la grandeza del misterio, y si los apóstoles levantaron la cabeza, nosotros la bajamos en señal de humilde acatamiento, porque no somos tan orgullosos de pensar que nuestra inteligencia es la medida de todas las cosas.

Algunos pensarán que aceptar el misterio es propio de personas crédulas y poco instruidas o sin la necesaria capacidad crítica. En este sentido, una cumbre intelectual como Jean Guitton escribió: «Mi fe es más sabia que la del pueblo, más instruida, pero no es más fuerte. No hay dos clases de verdad: una que es burda y buena para la masa, otra que es sutil, que se reserva para algunos iniciados. Una para el pueblo, otra para la élite. Una para la campesina y otra para el profesor de la Sorbona. Una para el párroco de pueblo y otra para el teólogo licenciado».

¿Qué nos dice la Ascensión del Señor? Que se va al Cielo y que no nos abandona. No es una despedida. Se queda con nosotros, de una forma mística en el interior de cada uno, y como cabeza de la Iglesia, institución única de carácter sobrenatural que fundó para prolongar su presencia en el mundo.

Antes de la Ascensión, Jesucristo dijo a los suyos: «Recibiréis el poder del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en Samaria y hasta el extremo de la Tierra». En Pentecostés se cumple la promesa y desde entonces los cristianos estamos llamados a difundir la noticia gozosa del Evangelio. Es una tarea en la que no estamos solos, sino que somos instrumentos suyos. Somos «humildes trabajadores en la viña del Señor», como dijo de él mismo Benedicto XVI el día de su elección, o los operarios llamados a trabajar porque «la mies es mucha y los obreros pocos». Jesús nos guía en este trabajo apasionante.

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