La última travesía del Capitán Sanchis

Su currículum navegaba entre la cooperación humanitaria, la solidaridad, la educación medioambiental y el compromiso.

29 agosto 2018 17:38 | Actualizado a 29 agosto 2018 17:42
Se lee en minutos
Participa:
Para guardar el artículo tienes que navegar logueado/a. Puedes iniciar sesión en este enlace.
Comparte en:

Carlos Sanchis de Andrés zarpó para su última travesía. Había cumplido 58 años y estuvo a tiempo de celebrar los 25 de Salvamento Marítimo, el pasado junio. Fue su principal puesto de trabajo, como patrón de diversas embarcaciones, hasta convertirse en el patrón de mayor antigüedad. La última, la Salvamar Achernar, atracada muy cerca de su casa, en Sant Carles de la Ràpita.

El jueves día 23, antes de que el Sol alcanzase el cénit, Sanchis embarcó en un féretro de madera, sencillo, sin adornos, como en una nave antigua acabada de salir del maestro calafate. Fueron muchos los que acudieron a decirle adiós. Numerosos porque no dejó indiferentes a cuántos tuvieron la suerte de conocerle. 

Su bondad atraía y se desplegaba tal cual como si se tratase de una cadena de favores contagiando cada vez a más gente. Por eso allí estaban todos los mundos que consiguió unir: una familia a la que adoraba y que le adoraba; sus compañeros de la política y el ecologismo; del ayuntamiento, del que fue concejal de Atención a las Personas y Medio Ambiente. Y los amigos y marinos que compartimos con él tantas misiones y vivencias.

En mayor o menor grado de amistad, siempre estaba ahí dispuesto a dedicarte su tiempo sin reloj. Concelebrar un matrimonio, presentar un libro o regalarte una visita guiada por el Delta del Ebro, mostrando los caminos y rincones más remotos que tan bien conocía y que ningún GPS hubiera podido alcanzar. Son sólo algunos ejemplos de su inconmensurable generosidad. 

El currículum de Carlos Sanchis navegaba entre cooperación humanitaria, solidaridad, educación medioambiental y compromiso. Se le podrían atribuir mil profesiones acorde a sus virtudes. Pero sobretodo fue un gran marino.

Conocía el mar y los mares, y muy especialmente su mar que es nuestro mar, el Mare Nostrum, en todos sus registros, desde el agitado Golfo de León hasta la complejidad plana del Delta del Ebro. Pero también navegó a bordo de remolcadores en el mar del Norte.

Escucharle describir experiencias y misiones era apasionante, que enriquecía con un gran dominio del vocabulario náutico. Mucha gente le debe haber salido de un mal rato angustioso, un rescate desorientado, el traidor embarrancar en aguas someras. Mucha gente que ignorará su nombre, le debe probablemente la vida.

Decir que Carlos era un lobo de mar puede sonar a tópico, pero ¿qué hacer del tópico cuando es real? Su sabiduría y experiencia de aquellas «veles e vents» que Ausiàs March y Raimon cantaron con su misma fonética y sus raíces valencianas, le ayudaron a solucionar los problemas más complejos que conlleva siempre cualquier misión de salvamento o rescate.

Esa sapiencia del mar y de lo marino nos ayudaron también a los que íbamos llegando al universo apasionante de la náutica, sobre todo por esa parte no escrita de saber lo que no estaba escrito: sin ella, no hay navegación. Lo que le decían sus sentidos, su intuición y su capacidad de razonamiento: cómo no, si venía del materialismo dialéctico, de Marx, y de una curiosidad intelectual que le abarcaba todas las lecturas.

Procedía de la tradición tan peculiar del comunismo catalán de amplio espectro, el patrimonio del PSUC que heredó Iniciativa per Catalunya (ICV), el partido en el que militó y del que fue portavoz municipal.

Para dar fe de su compromiso de consenso, allí estaba su alcalde, Josep Caparrós, de Esquerra Republicana. Dio fe laica de que las coaliciones diversas siguen siendo posibles, y, más allá o más acá de la política, transmitió emociones cuando habló de su compañero de consistorio aunque no de partido, cuyo trabajo alabó por encima de siglas. Sanchis fue hecho a medida para las responsabilidades que ejerció: las personas y el medio ambiente; sin su bondad, nada de lo que hizo hubiera sido posible.

Trabajó en el Ayuntamiento hasta el último minuto. Ya no podía navegar, la enfermedad fue dura con él, pero la afrontó como se afronta el mar, y luego contaba sin perder el sentido del humor su lucha contra los elementos de la biología como si se tratara de un episodio de galerna con bengala y «Mayday». Leyó todo lo que pudo, y hasta pintó las largas horas de hospital al acuarela, con luces de color cálido sobreponiéndose a las frialdades fluorescentes para deleite del personal sanitario que le atendía.

Eligió él mismo la música para la botadura de su última nave, El cant dels ocells, entonada a capela, un tema navideño que se ha reciclado para funerales para decir poéticamente que nacer y morir son misterios que se tocan; ayudar a tortugas recuperadas fue una de sus últimas acciones. Quiso también una canción de Nacho Vegas, que reflexiona sobre esas profundidades abisales. Y el precioso segundo vals de Shostakovitch, el compositor que desafió a los nazis con una sinfonía en el sitio de Leningrado. Un vals, sin embargo, alegre. 

Ahí estábamos todos, los que pudimos hacer acto de presencia y seguramente también los que no, para ofrecerle un último homenaje desde aquél muelle no-retorno, conscientes de que se fue demasiado pronto pero conscientes también, como dijo el representante de su partido en LaRàpita, que personas como él hacen del mundo un lugar mejor. 

Comentarios
Multimedia Diari