Liberland

Liberland me ha declarado persona ‘non grata’ por tener ‘un discurso proclive a los independentistas’

29 septiembre 2017 10:27 | Actualizado a 29 septiembre 2017 10:28
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Este año no he podido marchar de viaje. Ya saben los que me van siguiendo en estas páginas que tengo cierta afición a viajar, aunque todo hay que reconocerlo, mis ocupaciones habituales me impiden hacerlo seguramente más que a cualquiera de ustedes. Pero la intención y el deseo no me faltan.

Si me han ido siguiendo estos últimos años, habrán visto que he ido engendrando un interés, yo diría que morboso, por los lugares (llamarles países o Estados sería un prejuicio) que se han declarado independientes de forma unilateral. No me pregunten por qué razón he llegado, como escribía en una ocasión Josep Ramon Correal, a convertirme en un coleccionista de estos sitios exóticos. 

Vaya por delante que no me interesan lo más mínimo los Estados que han llegado a su independencia con un cierto esfuerzo, aunque sin mayores problemas, como es el caso de los países Bálticos y en general todas las Repúblicas soviéticas que tenían reconocido en la Constitución soviética el derecho de autodeterminación. A mí lo que me interesa son los «duros», los que han dicho «yo me voy y pase lo que tenga que pasar». 

Son pequeños tanto desde el punto territorial como de población pero han causado sus conflictos, sus muertos y sobre todo sus desterrados, demasiados para los pequeños e ínfimos que son. Han también generado sus monumentos, sus héroes, sus santos, sus enemigos y su particular historia o más bien su cuento histórico.

Como uno es un extraño en lugares lejanos, no acaba de entender bien por qué hay que poner aquí o allí una barrera y menos por qué hay que llamar a esa barrera una frontera, ni por qué hay tantas diferencias entre un lado y otro cuando para ti es lo mismo y sus habitantes no se diferencian nada de los que se encuentran al otro lado. 

Visto desde la lejanía del viajero, parecen cosas de niños traviesos a los que habría que darles un par de buenas tortas para que dejen de hacer payasadas; o más bien de locos dirigentes que en un descuido y casi a traición han embaucado a sus habitantes en un sin sentido.

Establecer semejanzas o diferencias entre unos y otros es arriesgado porque sus «independencias» obedecen a diferentes causas pero sí que les puedo asegurar que se dan ciertos rasgos comunes. Piensan que la culpa siempre es de los que están al «otro lado» y viven una historia de buenos y malos. 

Hablan en nombre del pueblo y de la libertad, pero curiosamente al poco tiempo o incluso al principio acaban comportándose de la misma forma que critican. Se esfuerzan en ser pacíficos, cariñosos, amables, yo diría que encantadores con el viajero que les visita, hasta que el pobre viajero se le ocurre hacer una pregunta indiscreta o simplemente discrepar en algún punto de su relato de los hechos, y entonces pasas a engrosar la categoría de los enemigos.

Sus declaraciones unilaterales de independencia los han convertido en únicos y los han hecho especialmente atractivos para el viajero curioso. Pasear por la mañana por Sujumi (la capital de la República de Adjasia), recorrer las montañas de Nagorno Karabaj o al atardecer la costa sur de Crimea, pasar de Osetia del Norte (en Rusia) a Osetia del Sur por la llamada carretera de Europa, dejarte llevar por las curvas del Dniéster a su paso por Bender (en la República de Transnistria), o simplemente visitar las pinturas rupestres de Somaliland, son algunas de las experiencias que les recomiendo sinceramente. Será, no obstante, una experiencia que les tocará vivir en soledad, porque todos estos sitios están al margen de todo y de todos.

Aunque ustedes puedan suponer extrañas estas aficiones, las hay más singulares. A algunos les han dado por inventarse Estados y declarar la independencia. Es el caso de Liberland (en inglés Free Republic of Liberland), una pequeña isla en el Danubio que no se sabe con claridad si pertenece a Croacia o a Serbia, y cuya independencia ha sido proclamada el 13 de abril de 2015 por el checo Vit Jedlicka y sus amigos. 

El lema del país es «Vive y deja vivir», su moneda es el bitcoin y sus votaciones se hacen electrónicamente. Se ha convertido en la delicia del Partido Libertario español. A mediados del mes de octubre se ha organizado en Liberland un encuentro de grandes viajeros del mundo pertenecientes a los clubes de viajes más prestigiosos que existen. Está previsto que sean recibidos por el presidente del «país» para estamparles el correspondiente visado y enseñarles el lugar, donde por otra parte no vive nadie y sólo hay una casa abandonada hace unos años. 

Uno de los participantes me invitó a acompañarle en esta curiosa cita libertaria. No obstante, el organizador (un conocido alemán que vive en Mónaco) me escribió diciéndome que no sería bien recibido por haber faltado en mis tribunas publicadas en este diario a la hospitalidad de las autoridades chechenas del presidente pro ruso Kadirov. 

Creo que exagera porque yo sólo me había limitado a explicar lo que cualquiera podía leer en la prensa, y a señalar que la (frustrada) declaración unilateral independencia de Chechenia había convertido a Grozny en la ciudad más destruida de Europa después de la segunda guerra mundial. Y al mismo tiempo, la ciudad más reconstruida y más vacía que he visto. 

Así que sin todavía ir a Liberland, me han declarado «persona non grata» en este caso por tener un discurso proclive a los independentistas, lo cual me reconocerán que tiene su gracia. Y además, como les digo, me he quedado sin viajar. Puede, no obstante, que el destino sea generoso conmigo y no necesite salir de aquí para seguir mis extrañas aficiones. 

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