Maldita polarización

Los políticos polarizan en el sentido más negativo, trasladando un sentimiento de enfrentamiento radical en cualquier pensamiento, proyecto de ley o idea, 
para asegurarse los votos de sus afiliados o afectos

05 abril 2021 12:18 | Actualizado a 05 abril 2021 12:21
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Un vocablo que lamentablemente han puesto de moda los políticos, dándole un matiz de crudo enfrentamiento entre líderes y partidos. Si acudimos al diccionario de uso María Moliner, en el verbo polarizar encontramos hasta seis acepciones entre física, óptica, electricidad, etc. En política, básicamente consiste en dirigir la atención hacia una determinada circunstancia, idea o postulado que más interese de un partido hacia el polo opuesto del competidor, es decir, denigrando todo lo del contrario.

Los políticos polarizan en el sentido más negativo, trasladando un sentimiento de enfrentamiento radical en cualquier pensamiento, proyecto de ley o idea, de forma que los partidos con sus postulados intentan asegurarse los votos de sus afiliados o afectos. Esto se entiende perfectamente si lo trasladamos a las formaciones nacionalistas, donde priva el concepto identitario, pero también en los grandes partidos que intentan polarizar su propuesta en los clásicos bloques izquierda o derecha.

En los últimos tiempos, los políticos se han encargado de crear agentes polarizadores que, según su ideología o actuación de gobierno, cuando la han ejercido, se retrotraen en el tiempo y los lanzan recíprocamente, en sentido semántico, como dardos envenenados, que actúan en detrimento del oponente en lugar de preocuparse e incidir significándose en lo positivo de su propio programa. En realidad, la ciudadanía ya está polarizada por grupos sociales con infinidad de condicionantes (culturales, morales, económicos, o religiosos) y le resulta complejo acomodarse a un determinado partido para otorgarle su voto. De ahí la siniestra, demagógica y negativa polarización que conduce al desengaño y un considerable porcentaje de abstencionismo, siendo lamentable que se formen gobiernos con escasa representación del electorado, cuando es en las urnas donde el ‘pueblo’ debiera manifestarse masivamente. Por otra parte, el sistema electoral es un imperfecto círculo vicioso que nadie quiere modificar porque favorece a los partidos hegemónicos. 

Ante las próximas elecciones a la Comunidad de Madrid, asistiremos a una confrontación con una virulencia semántica impropia de personas cabales que teóricamente debieran representarnos pero que, abierta la caja de pandora de la libertad de expresión y el todo vale, un buen número de políticos de todo signo, que dejan mucho que desear, no repararán en crispar la campaña. Son las marionetas del poder que ponen la democracia en entredicho, instrumentan una polarización emocional apelando a instintos básicos de partidos homogenizados, expulsando de sus filas a voces críticas e inculcando consignas fanáticas que pueden convulsionar la normalidad de cualquier proceso democrático.

Si el ser humano tiende por naturaleza innata a una identificación de grupo ya sea, en la antigüedad por grupos tribales, y en la actualidad por clases sociales, hoy cada vez más dispersas o diluidas ya que antaño privaba la educación, entendida como los buenos modales, el respeto, la urbanidad o la cortesía. 

Ahora priva el estatus económico y la paulatina pérdida y degeneración de valores. Así no es de extrañar el reflejo en las cámaras de la sociedad en que vivimos. Esta empecinada polarización política no hace más que degradar, por extensión, la buena convivencia que proyecta a los pueblos hacia un futuro mejor.  

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