Más periodismo, la receta para combatir la degración del sector

Dudar y cuestionar, los principios del oficio. Muchos periodistas se han rendido a combatir las ‘fake news’, lo que conduce a renunciar a esta profesión y a que el ciudadano se construya su propia posverdad

21 diciembre 2017 09:43 | Actualizado a 21 diciembre 2017 10:31
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Los prestigiosos y archiconsultados Diccionarios de Oxford han elegido el término fake news -en castellano noticias falsas- como la palabra del año. En 2016, lo fue posverdad -en inglés, post-truth-, que definimos como «actitud de resistencia emocional ante hechos y pruebas objetivas». Fake news fue un término popularizado por el presidente de EEUU, Donald Trump, durante la campaña electoral para desmentir, y en algunos casos ridiculizar -desdeñosa actitud que exhibió también hacia personas discapacitadas- algunas noticias respeto a su figura. Ahora, la justicia estadounidense intenta arrojar un poco de luz -pese a las trabas del grisáceo entramado de la Casa Blanca- a esas maniobras que, inicialmente rebatidas, pudieron decantar la balanza hacia la victoria de Trump.

Los anglosajones, expertos en bautizar conceptos e inventar neologismos a toda suerte de transformaciones sociales y tecnológicas, sostienen que en 2022 hasta un 50% de las noticias que corran por la red serán falsas, según un estudio de la consultora Gartner titulado Predicciones tecnológicas para el 2018. Twitter, Facebook, Instagram, Whatsapp, Telegram y cada plataforma que surja hasta entonces, actuará de trampolín para propagar toda clase de falsedades y mentiras. La aldea global del canadiense Mar-shall McLuhan aparecerá en forma de realidad aumentada más cerca de un mundo virtual y machaconamente desfigurado que de una sociedad que se presume informada. Los ritmos vertiginosos en que se elaboran las noticias y se difunden por la red sin previo contraste de fuentes y autentificación de las mismas, nos conducirán a vivir en un Matrix informativo en que no distinguiremos lo fraudulento de lo veraz.

Sombrío escenario

La crisis económica y de lectura que afecta a los medios de comunicación, la masiva proliferación de deficitarios diarios digitales -todos en busca de un minúsculo pastel publicitario-, los ridículos sueldos que se pagan a los periodistas, a quienes se obliga en tiempo récord a transmitir las noticias por multicanales (Twitter, Facebook y edición digital) o la escasa preparación cultural de los mismos, nos acercan poco a poco a este sombrío escenario de futuro. De ahí que la degradación del periodismo sólo pueda combatirse -aunque suene a oxímoron- con más periodismo.

Pero la desinformación a la que a veces se somete a la sociedad no es atribuible únicamente a factores exógenos, sino también al propio periodista y al consumidor final. Las elecciones norteamericanas o el ya cansino procès han evidenciado la debilidad y rendición de ciertos profesionales de este oficio e incluso de los propios medios, alineados sin mesura hacia unas posiciones ideológicas determinadas, y cómo el ciudadano gusta consumir tan solo aquello que afiance su ideario regalándose los oídos y dando la espalda a determinados medios que ya identifica como «enemigos» de su causa personal. Eso se traduce en un túnel informativo de consumo teledirigido y unidireccional: leemos únicamente nuestro periódico, seguimos en Twitter a quienes avalan nuestro universo -a veces ignorando su cualidad de bots- y bloqueamos a quienes lo contradicen, y la única televisión que vemos es aquella que nos explica la realidad tal como la entendemos, sin matices ni contrastes. En blanco y negro. Sin rechistar.    

Así, el túnel informativo en el que nos sumergimos voluntariamente es una mezcolanza de fake news y posverdad, conceptos y realidades que no aparecen tan distantes como imaginamos. Porque si los periodistas renunciamos a ejercer nuestro oficio y, lo que es peor, a nuestros principios -que podríamos sintetizar en dudar y cuestionar- condenamos al ciudadano a construirse y encerrarse en su propia posverdad, privándole de reflexionar y sacar conclusiones en un mundo complejo de múltiples formas, contrastes y diversidades. Lo dicho: necesitamos más periodismo.

 

Periodista. Natural de Gandesa, empezó como periodista en Diari de Tarragona. Después de casi dos décadas en El País ahora trabaja en el departamento de comunicación de AGBAR.

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